El infinito en un junco, de Irene Vallejo

30 de agosto de 2021. Estandarte.com

El infinito en un junco está cargado de sabiduría, de historia, de nombres propios, innovaciones, mitos, anaqueles, sueños… De literatura. Es fruto del amor por los libros de su autora, Irene Vallejo (Zaragoza, 1979), que se adentra en una investigación sobre su origen, sobre las pasiones que despierta y los oscuros sentimientos que pretenden aniquilarlo, sobre su pervivencia y su olvido…

Dejando a un lado el tono academicista que suele acompañar a los ensayos, la filóloga se convierte en una cazadora de historias que surca el mundo antiguo en dos grandes capítulos –Grecia y Roma– muy fragmentados, con una prosa a veces poética, siempre vivaz y bella, capaz de provocar sonrisas, de crear misterio e intriga, de envolver al lector y llevarlo en volandas por unas páginas que conectan de una forma mágica y maravillosa a las bibliotecas con internet, a Ptolomeo con el jardín de los Finzi-Contini de la novela de Giorgio Bassani, a Hesíodo con Miguel Hernández, a Heródoto con Emmanuel Levinas o a Platón con James Finn Garner o con George Orwell.

Son algunas de las referencias de una autora que se cuela constantemente en la narración, que deja huellas de sus pensamientos, sus vivencias, sus gustos y su fetichismo por los libros, pero no de una forma egocéntrica o pedante, sino cercana y generosa, con la naturalidad de quien ha disfrutado y aprendido tanto con algo que necesita compartirlo, como si le quemase si se lo quedara para ella sola.

Por eso nos deleita con la historia de la Biblioteca de Alejandría, se asoma una y otra vez a la Ilíada y la Odisea de Homero y a Historias de Heródoto, cita El lector de Bernhard Schlink o el Réquiem de Anna Ajmátova, recuerda reflexiones de Aristóteles, a Marcial y su poesía mordaz o a Ovidio y su intimidad con las lectoras...   

Igual que relata guerras e invasiones se detiene a describir, con mimo y minuciosidad, cómo se fabricaban los papiros, celebra la invención del alfabeto griego o recorre la evolución del libro como objeto.

Por las páginas de El infinito en un junco pasan muchísimas cosas, todas puestas por Vallejo con inteligencia y sensibilidad en relación a los libros: aparecen los primeros libreros; se detiene en las bibliotecas y bibliotecarias en un rápido y jugoso repaso histórico que tiene una mención especial para María Moliner; critica las adaptaciones edulcoradas de los clásicos en busca de la corrección política; sufre con el fuego que quema los libros; reconoce el poder liberador de la literatura y lo refleja en lo que vivió Viktor Frankl, Eulalio Ferrer o ella misma: a su familia se sumaron Robert Louis Stevenson, Michael Ende, Jack London y Joseph Conrad para levantar el refugio que necesitaba ante el acoso escolar que sufrió.

También aplaude el acto de traducir y bucea en sus orígenes y recuerda las diferencias sociales que la lectura y la escritura reflejaban en Roma. Sus explicaciones son clarísimas, todo parece fácil, lógico y apasionante.

Apasionante por el interés y la curiosidad del contenido, pero también por la forma en la que la autora navega entre géneros (biografía, crónica, viaje, cuento…), por cómo hila pasado y presente y relaciona todos esos clásicos con lecturas, películas, músicas y conflictos actuales.

Va hilando una enorme y bellísima telaraña en torno a un bien preciadísimo y que, en contra de lo que vaticinan los agoreros, no está en peligro de extinción: el libro.

Editado por Siruela, este libro sobre libros ha obtenido el Premio el Ojo Crítico de Narrativa, el de Las Librerías Recomiendan de No ficción 2020 y la complicidad de los lectores.