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Diez novelas sobre el verano
Epistolares, de iniciación, con finales dramáticos o felices...
28 de agosto de 2024. Estandarte.com
Qué: Diez novelas sobre el verano.
Si no dispones de tiempo para marcharte de vacaciones, o de presupuesto para darte un respiro y un descanso, quizá te apetezca leer cómo los demás han disfrutado de estos días —o semanas, o meses: a saber— y lo han contado. Y más si hablamos de las experiencias, o de la imaginación, de genios como Thomas Mann o Rafael Sánchez Ferlosio, de descubrimientos como Marga Berck o Julián Ayesta, o de referencias de hoy como Elena Ferrante o J. M. Coetzee. Compartimos contigo esta lista de diez novelas sobre el verano, y esperamos tus sugerencias.
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Un verano en Lesmona (1893-1896)
Marga Berck
«Lo estuve leyendo a lo largo de unas cuantas noches con creciente emoción, de principio a fin, y cuando llegué a su epílogo, me sentí totalmente dispuesto a apoyar su impresión de que en él había cobrado vida una verdadera y conmovedora obra de arte». Así mostraba Thomas Mann la viva impresión que le había causado Un verano en Lesmona, historia que tiene más de real que de ficción, con una autenticidad y frescura fuera de lo común: Marga Berck es el pseudónimo de Magdalene Melchers, hija de un acaudalado comerciante de Bremen, y el libro contiene la correspondencia que mantuvo —desde los diecisiete años, entre 1893 y 1896— con su prima hermana y amiga Bertha. Se trata de un hallazgo extraordinario, porque prácticamente no existen documentos que reflejen la burguesía europea de finales del siglo XIX desde semejante perspectiva, estas cartas nos permiten acercarnos a este mundo por la puerta de atrás y entender la mentalidad y las preocupaciones de una época. La curiosidad de Thomas Mann y Katia Mann por conocer el desenlace de los personajes—testimoniada en la correspondencia mantenida con Marga Berck, que publicamos también en el presente volumen— empujó a la autora a desvelar su identidad y a dar, con ello, testimonio de carne y hueso a este evocador relato.
Muerte en Venecia (1912)
Thomas Mann
El escritor alemán Gustav von Aschenbach —¿trasunto, quizá, del propio Thomas Mann?— ha viajado a Venecia en busca de la inspiración perdida. Una vez instalado en el Hotel de Baños, en la playa del Lido, conoce a un adolescente polaco de impresionante belleza: Tadzio. De inmediato, el muchacho desata su imaginación y se convierte —sin saberlo— en el destinatario de sus textos. En ese momento, la novela que Thomas Mann inicia sobre un escritor que huye para reencontrarse con la literatura se convierte, entonces, en la novela sobre un escritor que se ha reencontrado —a su manera, romántica y atormentada— con la vida. Contra aquello que Von Aschenbach considera inadecuado, chocan sus deseos verdaderos: acercarse a Tadzio. Un libro acerca de aquello que deseamos y aquello que conseguimos, o que se nos escapa, igual que la vida en paralelo a esa epidemia de cólera que arrasa poco a poco la ciudad de Venecia, la otra gran protagonista de este libro perturbador, fuera de tiempo.
Helena o el mar del verano (1952)
Julián Ayesta
El calificativo de «libro de culto» encaja bien con esta obra delicada, considerada una de las obras más extraordinarias —por su finura, por su diferencia— de la posguerra española. Sugestiva y lírica, Julián Ayesta —diplomático y dramaturgo, aunque sin excesiva fortuna en su carrera literaria— nos traslada a la costa asturiana para evocar el primer amor en dos veranos, el del conocimiento y el del olvido, con un invierno que los espacia y los divide. El amor que se recuerda es el amor de Helena, pero también el amor por la infancia perdida y por los territorios idílicos a los que jamás se regresará. En apenas ochenta páginas llenas de luz y de poesía, Ayesta consigue —en palabras de Carlos Marzal— «un relato de iniciación, de descubrimiento del amor y de los sentidos, un canto al final de la infancia y al inicio de la adolescencia, escrito con una prosa transparente, de una elegancia contenida poco común en una tradición que tiende al verbalismo. Pocos libros destilan tanto verano como este: tanto deslumbramiento por el mundo, tanta cálida energía sensual».
Buenos días, tristeza (1954)
Françoise Sagan
En una hermosa mansión a orillas del Mediterráneo, Cécile, una joven de diecisiete años, y su padre, viudo y cuarentón, pero alegre, frívolo y seductor como nadie, amante de las relaciones amorosas breves y sin consecuencias, viven felices, despreocupados, entregados a la vida fácil y placentera. No necesitan a nadie más, se bastan a si mismos en una ociosa y disipada independencia basada en la complicidad y el respeto mutuo. Un día, la visita de Anne, una mujer inteligente, culta y serena, viene a perturbar aquel delicioso desorden. A la sombra del pinar que rodea la casa y filtra el sol abrasador del verano, un juego cruel se prepara. ¿Cómo alejar la amenaza que se cierne sobre la extraña pero armónica relación de Cécile con su padre? A partir del momento en que Anne, que había sido amiga de su madre, intenta adueñarse de la situación, Cécile librará con ella, con el perverso maquiavelismo de una adolescente, una lucha implacable que, a pesar suyo, erosionará su vida y la conducirá lentamente al encuentro de la tristeza. Con esta novela, publicada a los dieciocho años, Françoise Sagan saltó al estrellato; con ella inició una vida de excesos en contraste con una carrera literaria en la que jamás pudo superar el éxito de su primer libro.
El Jarama (1955)
Rafael Sánchez Ferlosio
Aunque su autor reniega hoy de ella, El Jarama marcó un antes y un después en la narrativa española de posguerra. Premio Nadal en 1955, Premio de la Crítica en 1957, abarca dieciséis horas en la vida de un grupo de muchachos madrileños que deciden pasar junto al río Jarama un caluroso domingo de verano. Escapan de las altas temperaturas, escapan del aburrimiento, escapan también —por último, y a la vez ante todo— de cuanto la vida de ciudad les tiene impuesto y preparado. La acción se desarrolla simultáneamente en la taberna de Mauricio —donde los habituales parroquianos beben, discuten y juegan a las cartas— y en una arboleda a orillas del río en la que se instalan los excursionistas. Se suceden los baños, los escozores provocados por el sol, las paellas los primeros escarceos eróticos y el resquemor ante el tiempo que huye haciendo inminente la amenaza del lunes. Al acabar el día, un acontecimiento inesperado colma la jornada de honda poesía y dota a la novela de una extraña grandeza.
Escucha la canción del viento (1979)
Haruki Murakami
La primera novela de Haruki Murakami avanzaba ya muchas de las obsesiones de su literatura: soledad, surrealismo en el entorno y en la construcción de sus personajes, y un peso fortísimo de la cultura popular. Escucha la canción del viento nos presenta a un protagonista anónimo, tan insignificante que —a juicio de su creador— ni siquiera merece un nombre, y que regresa a su pueblo natal para disfrutar de sus vacaciones de verano. Corre agosto de 1970 y el muchacho se reencuentra con su mejor amigo de la infancia, el Rata, frecuentando a otros tantos personaje con misteriosa marca de la casa: un barman, una chica que solo tiene cuatro dedos en la mano izquierda y Derek Heartfield, el escritor inventado al que Murakami recurre como inicio y cierre de la novela. La edición española de este libro —muy reciente, de otoño de 2015— se acompaña de la segunda novela del autor, Pinball 1973 (1980), en la que narra la historia del protagonista... tres años más tarde. El muchacho convive en Tokio con dos gemelas, mientras el Rata contempla la vida en un bar de jazz donde nuestro héroe pasa las horas jugando al pinball.
Los autonautas de la cosmopista (1983)
Julio Cortázar y Carol Dunlop
De acuerdo, hemos hecho trampa: Los autonautas de la cosmopista o un viaje atemporal París-Marsella no transcurre en verano, sino que se desencadena a principios del mes de mayo. Pero comparte con el resto de libros la voluntad de huida, el hecho del viaje, el espíritu del descubrimiento y —también— la temperatura cálida. Se trata de un divertimento en el que el inmortal Cortázar y su tercera esposa, la fotógrafa estadounidense Carol Dunlop, cuentan el viaje que les llevó —durante treinta y tres días— a recorrer la francesa Autopista del Sur: una larga excursión desde París a Marsella a bordo de una Volkswagen Combi roja a la que llamaron Fafner, como el dragón de Wagner. Una travesía que comparan con las de Cristóbal Colón o Marco Polo, y que tiene mucho de indagación surrealista e incluso de descubrimiento personal: la escritura combina la imaginación desatada de Cortázar con los apuntes más clásicos realizados por Dunlop. Existe una circunstancia que lo transforma en un libro aún más especial: ambos padecían enfermedades terminales. Ella moriría un año más tarde; él la sobreviviría unos pocos meses.
Small g: un idilio de verano (1995)
Patricia Highsmith
La última novela de Patricia Highsmith —se publicó un mes después de su muerte— quiso llevar la contraria a la imagen que se tenía de ella. Empeñada en arrebatar la razón a quienes le colgaban la etiqueta de escritora de novela negra, Small g: un idilio de verano se inicia como una novela policíaca... y pronto desemboca en todo lo contrario. Porque en las primeras páginas se cuenta el apuntalamiento de un joven que sale de un cine en Zúrich, en torno a la medianoche. Sin embargo, de inmediato se destapa la verdadera historia de la novela, gracias a su maduro amante: Rickie Markwalder, cliente habitual de Jakob’s, uno de los clubes gays de la ciudad —abiertos a todo tipo de clientes— que las guías turísticas califican con una «g» minúscula, como la «Small g» del título. Highsmith construye un intenso fresco sobre la homosexualidad en tiempos del SIDA, en el que también hay espacio para la reflexión sobre los prejuicios o la infidelidad. Small g: un idilio de verano no se publicaría en Estados Unidos, país natal de Patricia Highsmith, hasta 2004.
Un mal nombre (2012)
Elena Ferrante
Se trata de uno de los fenómenos editoriales más rotundos de lo que llevamos de siglo, y al éxito de ventas suma la calidad literaria: por ambición y resultados, la saga napolitana de Elena Ferrante —bautizada como Dos amigas, y que ha seducido a lectores tan diferentes como el superventas Ken Follett o el actor James Franco— no tiene nada que envidiar a proyectos literarios como los de Roberto Bolaño, Karl Ove Knausgård, Jonathan Franzen o Chimamanda Ngozi Adichie. El verano ejerce un papel fundamental en cada uno de los cuatro volúmenes, abriendo y cerrando etapas, marcando el fin de un curso y el inicio de otro, y moviendo con ello las vidas de sus personajes. En Un mal nombre, el segundo volumen de la saga, una de las protagonistas —Lenù, que asume el papel de “voz de la razón”, por así decirlo, frente a la pasión desbordada de Lila— repite vacaciones iniciáticas en Ischia, la isla que marca —una vez más— su huida de Nápoles. Frente a la construcción del verano anterior, señalando su salida de la infancia, ahora se abandonan la adolescencia y los sueños, para zambullirse en la juventud y el desengaño.
Verano (2009)
J. M. Coetzee
Ante la obra del escritor sudafricano J. M. Coetzee, Premio Nobel de Literatura en 2003, no valen las expectativas: él se encargará de dinamitarlas. Lo hizo —por ejemplo— con este libro, la tercera parte de sus memorias. El volumen siguió a Infancia y Juventud, y Coetzee escogió la estación ante la posible Madurez. El juego se expande a la forma y la persona: Un joven biógrafo inglés prepara un libro sobre el difunto escritor sudafricano John Coetzee. Sus investigaciones se centran en el Coetzee treintañero, en una época en la que el escritor compartía una destartalada casa en Ciudad del Cabo con su padre viudo y en la que, en opinión del joven biógrafo, comenzaba a encontrarse a sí mismo como escritor. Sin haberlo conocido personalmente, el biógrafo se embarca en una serie de entrevistas con personas que fueron importantes en su vida: una mujer casada con la que tuvo una aventura amorosa, su prima Margot y una bailarina brasileña, madre de una de sus alumnas de inglés. De sus testimonios emerge el retrato de un joven Coetzee algo torpe, rodeado de libros, con poca facilidad para abrirse a los demás y entregado a su imperiosa necesidad de escribir.
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