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Polenta con pajaritos: un despiadado y tierno relato sobre la niñez
Climas intensamente personales, combinando una sensibilidad poco común con una libertad total.
22 de abril de 2025. Iván de la Torre
Qué: Polenta con pajaritos Autor: El Tomi (guion y dibujo) Editorial: Ediciones Colihue Año: 1995 Páginas: 128 Precio: 4700 pesos

Polenta con pajaritos, al igual que Rompecabezas y Sin novedad en el frente, ayudó a renovar la novela gráfica argentina en la década del ochenta: como Pablo de Santis, Max Cachimba y Patricia Breccia, El Tomi apostó a la creación de climas intensamente personales, combinando una sensibilidad poco común con una libertad total para jugar con las palabras y las asociaciones.
Más allá de sus ocasionales y poco felices intentos de conectar las peripecias de un grupo de menores con el destino de Latinoamérica, la serie mezcla acertadamente los extremos (crudeza y poesía, erotismo e inocencia, realidad y fantasía...), creando una personal representación del mundo a través de las aventuras y desventuras de un grupo de niños callejeros: sus juegos, picardías e inocencias, sus confesiones y mentiras, sus miedos y deseos más profundos e inconfesables:
«Queridos Reyes... Mandenmen tres cuartos de pan y un acorazado de juguete. Africaba el sol en la espalda como una brasa apoyada en la nuca. El carro era lo único que crujía y chirriaba en el mundo entero. Facundo y su viejo aguantaban el sopor de la siesta a durísimas penas... Facundo creía en los Reyes».
«El olor a corcho quemado era el olor del carnaval y el traje de indio en bolsa de arpillera picaba sobre la piel como si por los poros se estuviera escapando un verdadero aborigen interior. La desafinada percusión de las latas de dulce de batata, los tarros de conserva y las tapas de olla, completaban las excitantes sensaciones de la murga. El color era la tarde; el gusto, el café con leche».
«De un gomerazo el pibe hizo añicos la paz de la tarde, y una lágrima de plumas cayó desde los ojos verdes de los plátanos. Sus manos levantaron un diminuto mar de sangre caliente y aleteos mínimos, un temblor que nació en el corazón, le arrastró un escalofrío por los hombres y le arrancó un sacudón de la cabeza, pues un instante después tragó saliva».
«Las revistas pornográficas iban provocando varios cosquilleos. El de la fantasía por arriba, el del sexo por abajo, y el inconfundible cosquilleo de lo prohibido. Sus hojas parecían haberse gastado con millones de miradas corpóreas, grasosas y erosivas. La aparición de alguna de ellas ocasionaba grandes remolinos en los recreos, risitas de falsa experiencia entre los lectores, y un estresante estado de alerta mientras permanecieran en ese rincón secreto del ropero.
- ¡Mirá cómo se le ve la concha a la gorda esta!
- Y mirá el quilombo de gente quia aquí.
- Che, ¿y el pito este de dónde sale?
- A mí me gustan ma' las mina' de las porno que las aventura' del Superman.
- ... Superman e'mentira».
«El pibe armaba el barrilete y armar el barrilete era como armarse las alas, pobres alas de aprendiz de vuelos, con hueso de caña y plumas de papel de diario... y un hilo... sencillamente un hilo para sostener toda esa teoría de la libertad y pájaros... Un hilo por donde se piraba el alma hasta llegar al barrilete, donde el viento la despeinaba. En el basural, el barrilete trepaba por la atmósfera densa, ayudado por una brisa con mal aliento. Y al eucaliptus le temblaban las hojas cuando un Dios latinoamericano se acodaba en su copa para espiar. Y por ahí andaban brujas, tirándose peditos. Y los barriletes siempre andaban con ganas de escaparse, probaban y probaban siempre un cachito más lejos, por ahí en los cables, por ahí en las antenas, por ahí en el bosquecito de mandarinas salvajes... Y por ahí un día de esos se perdía y nunca se volvía a encontrar.
Y las brujas se comían el papel de diario con la secreta esperanza de tragarse un alma despeinada...
Y al eucaliptus le temblaban las hojas cuando algún dios latinoamericano se acodaba en su copa para espiar...».
Junto a Pablo De Santis, Max Cachimba y Patricia Breccia, el Tomi desestructuró la rígida novela gráfica argentina en los ochenta con una mezcla de lenguaje oral y poesía en historias donde, más que la narración en sí, lo que importa es crear un clima, transmitirle al lector el mundo interior, absolutamente personal, único, de personajes entrañables que recuerdan, por su mezcla de pragmatismo e inocencia, a los desorientados niños de El último recreo (Trillo-Altuna), por momentos angelicales, por momentos, despiadados, con ellos mismos y con todos los demás.
El Tomi contó cómo creó esta obra tan personal y original: “Polenta con pajaritos está inspirada en los chicos de la calle de Rosario, aunque nació de forma nostálgica en el Madrid de la movida. La idea base era tratar el tema de la pobreza tocando anécdotas de la niñez en cada uno de los países latinoamericanos, de hecho, el primer capítulo se titulaba Maternicaragua. La niñez inmersa en la pobreza y el hambre era (y sigue siendo) un tema urgentísimo, y la herramienta que, al menos yo, interpretaba que tenía más a mano para colaborar en la búsqueda denodada de una solución, ya sea tratando de difundir esta problemática o intentando denunciar esa injusticia, era la historieta, la utilicé de inmediato, convencido de que aparecerían otras personas mucho más capacitadas que yo, interesadas en canalizar mi denuncia, como así ocurrió. Los condimentos humorísticos, sociales, poéticos, de aventura y tantos más, son propios de toda la humanidad, por lo tanto, nos permiten desplazarnos por temáticas tan disímiles como la indigencia extrema o la más grosera de las riquezas. No hay que olvidar nunca que vivimos en una sociedad donde los muertos de hambre conviven socarronamente con el perfume Número Uno Imperial Majesty de setecientos mil pesos el frasquito”.
Sobre su particular forma de trabajar, el autor confesó: “En un principio, cuando empecé a utilizar los lápices de grafito muy blando, mínimo el 6b, descubrí que pasándole los dedos por encima se borroneaban con facilidad, de allí en mas intenté dominar el borrón mas que cuidarme de no desparramarlo, presionar con la yema del dedo en una dirección determinada, controlar el degradé. Ya después descubrí el difumino, ese mágico rollito de papel que permite conseguir infinidad de grises con mas minuciosidad y asepsia que con los dedos. Cuando por fin decidí incursionar en la atmósfera de los lápices sanguina y los pasteles la técnica cobró un vuelo inusitado en el cual mucho tuvo que ver el saber aprovechar hasta la propia grasa de la piel e incluso el saber limpiar la yema de los dedos pasándolos por la lengua en lugar de por un trapo húmedo, ya que gracias a la lubricidad de la saliva se desliza mejor sobre el papel. Tratándose de historietas, además de las tintas, las aguadas y el grafito, siempre trabajé el color. Muchos originales de ‘Polenta con pajaritos’ sin ir más lejos, están hechos en color, pero han sido publicados en grises”.
Comentarios en estandarte- 1
1 | Luz María Mikanos
08-06-2024 - 18:40:13 h
Excelente historieta, una prolija y hermosa narración de De La Torre y un encanto los colores de la obra. Magnífico!