Lagom, el arte de vivir con lo justo

24 de noviembre de 2018. Estandarte.com

La palabra sueca “lagom” no tiene equivalente exacto en castellano. Quizá “moderación” se aproxime, porque significa “ni demasiado ni demasiado poco; lo justo”. Este arte de la moderación aplicado a todas las facetas de la vida es el tema del libro Lagom. La receta sueca para alcanzar el equilibrio en tu vida de Linnea Dunne y editado por Cúpula.

Se cree que la palabra proviene del término vikingo laget om (literalmente, “alrededor del equipo”) y que deriva de la costumbre de pasar un cuerno de hidromiel o aguamiel –bebida alcohólica obtenida a partir de la fermentación de una mezcla de agua y miel– de mano en mano asegurándose de que hay la cantidad justa para que todo el mundo pueda tomar un sorbo. Si bien la anécdota puede que dé en el clavo, la verdadera etimología de la palabra apunta a una antigua forma de la palabra lag, un tipo de ”ley” del sentido común”. 

Los suecos tal vez no sean los más felices del mundo, pero lo parecen y, además, objetivamente, siempre andan situados en buenas posiciones cuando se habla del ránking de la felicidad por países. La autora defiende en este libro que se trata de un tipo de felicidad lagom: ni exaltada ni eufórica, comedida y nada jactanciosa. Una propuesta un tanto subversiva y curiosa de cara a las próximas fiestas. 

Bien, pero... al lío. ¿De qué hablamos, en concreto, cuando hablamos de lagom? De fenómenos como intentar reducir nuestra huella ambiental, reciclando a destajo, por ejemplo; de lograr que nuestra casa esté siempre ordenada, teniendo lo mínimo posible; de consumir de forma consciente, cultivando nuestra propia comida aunque sea en la terraza o en huertos urbanos…  Lagom es también la cantidad correcta de leche en el café, la presión perfecta para un masaje. Es llevar tus sábanas cuando vas a pasar el fin de semana a casa de unos amigos para compartir el trabajo de la colada; es tener derecho (o pelearlo) a quedarse en casa si tienes a un niño enfermo, sin que afecte al sueldo y sin abusar, claro está. Es pintar solo una pared que destaque en el salón y dejar el resto blanco porque hacerlo con todas sería excesivo y lo mismo aplicado al rostro: maquillarse los labios de un rojo vivo y lo demás discretamente. Lagom es pedir una hamburguesa pero sin las patatas fritas porque la moderación es una virtud; es cenar sobras una vez por semana o cuando las haya porque desperdiciar es pecado mortal.  

Una versión, en definitiva, escandinava y moderna del término medio aristotélico que situaba la virtud en el equilibro entre dos extremos opuestos y perniciosos. Un filósofo bien lagom este Aristóteles.