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Muletillas y comodines para hablar

Repeticiones, atajos, caracterizaciones e imprecisiones en el lenguaje.

10 de enero de 2024. Estandarte.com

Qué: Muletillas y comodines

Muletillas y comodines al hablarComo si las palabras pudieran de repente caerse y desparramarse, el hablante cuela en su discurso una muletilla: una palabra o expresión en la que se apoya reiteradamente. La repite una y otra vez. Puede que lo haga de forma consciente y que con ella busque captar la atención, mantener el interés, buscar la complicidad del interlocutor… Es decir, la utiliza como un marcador textual o discursivo. Pero muchas veces esa muletilla se cuela de forma inconsciente y denota cierta inseguridad y pobreza de lenguaje. Suele comportarse como un relleno innecesario. Muletillas son el esto, verdad, bueno, quería decir, ¿estamos?, por decirlo de algún modo…

Se pueden distinguir, como indica Fundéu, tres tipos, siempre partiendo de esa nota común de la repetición. Están los latiguillos que se ponen de moda y, con el tiempo, terminan desapareciendo (por ejemplo, digamos); la empuñadura: una fórmula necesaria en determinados contextos, como el Érase una vez de los cuentos, y los timos, que se refieren a locuciones del tipo válgame Dios…

Más propias del lenguaje oral que del escrito e incompatibles con el científico, son unas herramientas únicas en literatura a la hora de perfilar y caracterizar a los personajes con su habla. El Senén de El abuelo de Pérez Galdós repetía una y otra vez y lo pruebo; como indica Vernon A. Chamberlain (autor de The Muletilla: An Important Facet of Galdós’ Characterization Technique), Galdós no destacaba gráficamente la frase favorita del personaje; así es el lector, como ocurre en la vida real, quien percibe su repetición. Otro ejemplo lo encontramos en Enrique Jardiel Poncela y Eloísa está debajo de un almendro, con el Ah, bueno, por eso que dice continuamente la criada. Delibes también era un genio en esto.

En el lenguaje, como en las cartas, hay comodines. Son esas palabras que parece que sirven para todo; se utilizan se hable de lo que se hable, valen igual para un roto que para un descosido. Pero, aunque hay ocasiones en las que son efectivas, sobre todo cuando se utilizan de forma puntual, cuando se abusa de ellas pierden esa expresividad y niegan precisión, claridad y detalle al mensaje. Ocurre con el verbo arrancar, que ha eclipsado a muchos otros: no solo se arranca una planta o el coche, también un concierto, el curso escolar, una procesión o el minuto de silencio; ¿ya nada comienza o se inaugura?

Entre los comodines más comunes –y perezosos– están verbos como hacer o echar, que se comen a otros y aplanan y empobrecen. Todo el mundo entiende lo que se quiere decir con echar una instancia o echar la lotería, pero ¿no quedaría mejor presentar una instancia o jugar a la lotería? El sustantivo cosa también da mucho juego para salvar los muebles cuando no se recuerda o no se sabe el nombre de algo, y esa pobreza se evidencia aún más cuando se juega con el género y se pasa a un masculino inventado: Pásame el coso ese.

Como ocurre con las muletillas, en literatura el comodín (que también es conocido como palabra baúl) puede dar mucho juego en boca de los personajes, pero en general es un pobre atajo. Para la pereza que refleja hay un eficaz antídoto: un abanico de sinónimos.

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