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Ponentes del Congreso de la lengua española

Roger Chartier, Caballero Bonald, Álvaro Marchesi y W. Manrique.

20 de octubre de 2013. Estandarte.com

Qué: Ponentes del VI Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) Autor: Roger Chartier, José Manuel Caballero Bonald, Álvaro Marchesi y Winston Manrique Año: 201 Cuándo: Del 20 al 23 de octubre de 2013 Dónde:Panamá / Congreso virtual: virtual.cile.org.pa

Respecto a los ponentes del congreso virtual, tal y como ya contamos en Congreso virtual de la lengua española, encontramos a Roger Chartier (Francia), José Manuel Caballero Bonald (España), Álvaro Marchesi (España) y Winston Manrique Sabogal (Colombia). Todos ellos han ofrecido las siguientes ponencias en forma de texto y de vídeo sobre cada uno de los ejes temáticos del congreso:

 

Sección I. El libro entre el Atlántico y el Pacífico.
DON QUIJOTE EN AMÉRICA

ROGER CHARTIER (COLLÈGE DE FRANCE, PARÍS)

 

Muy temprano, Don Quijote y sus compañeros salieron de las páginas del libro que cuenta sus aventuras y aparecieron en los entretenimientos de la corte y las mascaradas populares1, prolongando, de esta manera, la larga tradición paródica que, desde el siglo xvi, adoptaron, en las justas y torneos aristocráticos, figuras como el Cavallero del Mundo al Revés o el Cavallero que da las Higas a la Verde2.

 

En 1607, el caballero errante participó, junto con otros ilustres caballeros, en justas o fiesta de sortija, organizadas por don Pedro de Salamanca, corregidor de Pausa, entonces capital de la provincia de Parinacochas, Perú, para celebrar el nombramiento como nuevo virrey de don Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros. Según la relación manuscrita de la fiesta3, varios caballeros entraron en ese torneo, en el que se trataba de alcanzar con la lanza un blanco ubicado a cierta altura. Todos se presentaron disfrazados de caballeros de novelas: el corregidor, que también es el mantenedor u organizador del torneo, apareció, en primer lugar, como Cavallero de la Ardiente Espada, sobrenombre de Amadís de Grecia; luego, cambió el traje y concursa como Bradaleón; otros entraron en la carrera como si fuesen el Cavallero Antártico, «con una compañía de más de cien indios», el Cavallero de la Selva, precedido por «cuatro salvajes cubiertos de yedra» y «más de ochenta doncellas de la tierra muy galantemente vestidas de cumbis, damascos y tafetanes de colores», el Cavallero Venturoso que tenía «un vestido muy justo, morado, sembrado de rosas amarillas, y una máscara de la misma color», o el Dudado Furibundo «en traje de moro, con siete moras a cavallo bien aderezadas todas de máscara, que representaban otras tantas mujeres suyas». Uno de los competidores, don Luis de Córdoba, quien, como lo indica la Relación, «anda en este rreyno disfraçado con nombre de Luis de Galves», eligió otro héroe: entra en la plaza como el «Cavallero de la Triste Figura don Quixote de la Mancha, tan al natural y propio como lo pintan en su libro».

 

El «libro» de Don Quijote, en efecto, no es desconocido en las Indias españolas. Si se siguen los registros del Archivo General de Indias, solo en el año 1605, el de las cinco primeras ediciones en Madrid, Lisboa y Valencia, 262 ejemplares fueron embarcados en el Espíritu Santo para Clemente de Valdés, «vecino de México»; 100 ejemplares son enviados en un barco del mismo nombre por Diego Correa a Antonio de Toro de Cartagena; tres ejemplares destinados a Juan de Guevara hacen el viaje en el Nuestra Señora del Rosario, que también debe desembarcar en Cartagena, y, en otro barco, el comerciante Andrés de Hervas envía 160 ejemplares a Nueva España.

 

Así, los libreros de la metrópolis hicieron llegar numerosos ejemplares de Don Quijote a sus representantes americanos. En marzo de 1605, un librero de Alcalá de Henares, Juan de Sarria, mandó a su colega de Lima, Miguel Méndez, 61 cajas de libros. En el curso del largo viaje, ocho cajas fueron vendidas en Panamá y otras 8, embarcadas por separado para dirigirse a Lima —tanto unas como otras contenían, verosímilmente, ejemplares del libro de Cervantes—. Son, entonces, 45 cajas de libros de las que el hijo de Juan de Sarria acusó recibo en mayo de 1606, es decir, un año después de su partida desde Sevilla. En el inventario que se realizó se encuentran 2895 volúmenes, entre los que hay 72 ejemplares de Don Quijote. Llevó nueve a Cuzco, mientras que 63 quedaron en la capital. Si la afirmación según la cual la casi totalidad de la primera edición de la historia fue enviada a América parece un poco exagerada, no es menos cierto que son muy numerosos los ejemplares que llegaron allí desde 1605, o bien a través del comercio de libreros, o bien porque algunos viajeros transatlánticos llevaron el libro con ellos. Así podrían ser, en el azar de los archivos de la Inquisición en México, el capitán de La Encarnación, Gaspar de Maya, y el notario Alonso de Dassa, que viaja a bordo, o los sevillanos Juan Ruíz Gallardo y Alonso López de Arze, embarcados en otros navíos4.

 

En Pausa, en 1607, en una localidad situada justamente sobre el camino de Cuzco tomado por Juan de Sarria y sus ejemplares de la historia, don Luis de Córdoba, alias don Quijote, montado sobre un caballo enflaquecido, llevó un casco    adornado con plumas y una fresa [«morrión con mucha plumería de gallos, cuello de dozabo»], lo cual lo emparienta con los caballeros paródicos de las fiestas aristocráticas del siglo precedente y lo aleja, a pesar de lo que dice la relación, de la descripción que lo «pinta al natural» en su libro. Llevaba una máscara «muy al propossito que rrepresentaba» y estaba acompañado por Sancho, quien iba encaramado sobre su asno y llevaba el yelmo de Mambrino; por el cura y el barbero, vestidos de escuderos, y por la Ynfanta Micomicona. Llegada la noche y terminada la fiesta, en donde se codearon caballeros de novelas, falsos moros, verdaderos indios y nobles españoles, el precio de la mejor «invención» se entregó al Cavallero de la Triste Figura, por la exactitud de su representación y la risa general que esta suscitó.

 

Los héroes de Cervantes permanecerán durante mucho tiempo como figuras familiares, presentes en numerosas fiestas en España. Así, en 1610, en Salamanca, el octavo y último día de las festividades para celebrar la beatificación de Ignacio de Loyola, los estudiantes designados como los «Cavalleros Estudiantes» en la relación redactada por Alonso de Salazar, impresa el mismo año, organizaron un cortejo abierto por un carro donde estaba representado Vulcano forjando rayos para Júpiter, acompañado por Marte, provisto de armas, «que significava los hijos de la Compañía, y todo aludía al santo con mucha propiedad»5. Detrás de Vulcano venía una «graciosa máscara a la picaresca», llevada por un caballero que portaba un estandarte y un cartel, un «rétulo grande», sobre el que estaba escrito: «El Triunfo de Don Quixote». El caballero errante, montado sobre su mal caballo, que era «como un dromedario», seguía con Sancho Panza a su lado, quien llevaba el yelmo de Mambrino y unas alforjas que contenían el ungüento de Fierabrás, como lo indicaban las inscripciones ubicadas sobre los objetos. A continuación venían Dulcinea con su dueña de honor y sus tres damas de compañía; luego, cuatro escuderos, cada uno de los cuales llevaba, en el extremo de un palo, una imagen pintada que representaba una hazaña de Don Quijote. El cortejo no terminaba allí y, entre los otros mil personajes de la mascarada, la relación destaca a un caballero sentado «al revés» sobre su montura, y a otro, «vestido todo de oropel», que estaba «hecho salvaje». La «ingeniosa invención» de los estudiantes de Salamanca mezclaba así, con los motivos carnavalescos tradicionales (el hombre salvaje, que se volvió exótico, o la monta al revés), una burlesca puesta en escena, o en cortejo, de Don Quijote. Todos los espectadores disfrutaron de la mascarada, pero, más particularmente, como lo observa la relación, «los que avian leido su libro». La fiesta terminó con un fuego de artificio en el que, sobre «un estandarte de fuego», estaba escrito el nombre de Jesús6.

 

La fórmula que asociaba el contrapunto burlesco de la presencia de Don Quijote y de sus compañeros cervantinos o caballerescos con las devociones a los nuevos santos, Ignacio de Loyola o Teresa de Ávila, recientemente beatificados, no desapareció con las fiestas de Salamanca de 1610. Fue reproducida en Zaragoza en 1614, en Córdoba en 1615, en Sevilla en 1617, en Baeza y Utrera en 16187. Ocurre lo mismo en América; así, en México en 1621, durante la beatificación de San Isidro organizada por los obreros de la Platería Real, Don Quijote es el último de los caballeros errantes en un cortejo abierto por Belianís de Grecia, Palmerín de Oliva y el Caballero del Febo8.

 

Las fiestas, principescas o cristianas, en España o en las Indias, se apropiaron muy rápidamente de Don Quijote para invenciones «a la picaresca», que alegraron a los participantes y a los espectadores. En todos los casos, son los personajes de la historia principal los que protagonizan los cortejos burlescos. Los héroes de las «novelas» insertadas en la «historia» casi no aparecen —a lo sumo, en Pausa, el Caballero de la Triste Figura es acompañado por la Infanta Micomicona, alias Dorotea, vestida como princesa despojada de su reino—. El contraste es fuerte, entonces, entre la novela y sus adaptaciones teatrales tal como la comedia de Guillén de Castro que, a pesar de su título Don Quijote de la Mancha, da un lugar de privilegio a Cardenio y Lucinda, y Fernando y Dorotea, y las fiestas que los ignoran casi completamente. La historia escrita por Cervantes permitía las dos apropiaciones en ambos lados del Atlántico, porque proponía, en un mismo libro, figuras cómicas que podían ser extraídas de la trama de sus aventuras, con, en primer lugar, el propio Don Quijote; y una intriga dramática, trágicamente comenzada y felizmente resuelta, que proveía de peripecias, sorpresas y buenos disfraces a los escenarios.

 

 

 

1 María Luisa Lobato, «El Quijote en las mascaradas populares del siglo xvii», en Estudios sobre Cervantes en la víspera de su centenario, coordinado por José Ángel Ascunce Arrieta, Cassel, Reichenberger, 1994, págs. 577-604, y F. López Estrada, «Fiestas y literatura en los Siglos de Oro: la Edad Media como asunto festivo (El caso de Don Quijote)», Bulletin Hispanique, LXXXIV, 3-4, 1982, págs. 291-327.

 

2 Pedro M. Cátedra, «De la caballería real de Alonso Quijano al sueño de la caballería de Don Quijote», Boletín de la Real Academia Española, Tomo LXXV, Cuadernos CCXCI-CCXCII, 2005, págs. 157-200 (en particular, págs. 157-158).

 

3 La Relación de las fiestas que se celebraron en la corte de Paussa por la nueba del proviymiento de Virrey en la personna del marqués de Montes Claros, cuyo grande aficionado es el Corregidor deste partido, que las hizo y fue el mantenedor de una sortija está publicada en Francisco Rodríguez Marín, El «Quijote» y Don Quijote en América, Madrid, Librería de los Sucesores de Hernando, 1911, págs. 84-118. Fue reeditada por José Manuel Lucía Megías y Aurelio Vargas Díaz-Toledo, «Don Quijote en América: Pausa, 1607 (facsímil y edición)», Literatura: Teoría, historia y crítica, Bogotá, 7, págs. 203-224. Véase también la descripción del juego de sortija de Pausa en Irving A. Leonard, Book of Brave. Being an Account of Books and Men in the Spanish Conquest and Settlement of the Sixteenth-Century New World, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1949, págs. 302-312.

 

4 Irving A. Leonard, «Don Quixote and the Book Trade in Lima, 1606», Hispanic Review, Volume VIII, 1940, págs. 285-304, y Books of Brave, op. cit., págs. 270-312. Véase también Carlos Alberto González Sánchez, Los mundos del libro. Medios de difusión en la cultura occidental en las Indias de los siglos xvi y xvii, Sevilla, Diputación de Sevilla y Universidad de Sevilla, 1999, págs. 105-106, y Pedro J. Rueda Ramírez, Negocio e intercambio cultural: el comercio de libros con Américas en la Carrera de Indias (siglo xvii), Diputación de Sevilla, Universidad de Sevilla y CSIC, págs. 233-236.

 

5 Catalina Buezo, «El Triunfo de Don Quijote: una máscara estudiantil burlesca de 1610 y otras invenciones», Anales Cervantinos, XXVIII, 1990, págs. 87-98.

 

vi La descripción del «Triunfo de Don Quijote» en la relación de Alonso de Salazar, Fiestas que hizo el insigne Collegio de la Compañía de Jesús de Salamanca, con Poesías y Sermones, a la beatificación del glorioso Patriarcha San Ignacio de Loyola, Salamanca, 1610, está publicado por Catalina Buezo, art. citado, págs. 96-97.

 

7 José Manuel Lucía Megías, «Los libros de caballerías en las primeras manifestaciones populares del Quijote», en De la literatura caballeresca al «Quijote», Juan Manuel Cacho Blecua coordinador, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2007, págs. 319-346.

 

8 Francisco Rodríguez Marín, El «Quijote» y Don Quijote en América, Madrid, Librería de los Sucesores de Hernando, 1911, op.cit., págs. 71-73.

 

 

 

 

Sección II. La industria del libro.

LENGUA, LITERATURA Y MESTIZAJE

JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD

 

Decía Carlos Fuentes que todos los escritores de la lengua española «tienen un mismo origen: el territorio de La Mancha en el que nace nuestra novela». De acuerdo. Ese lugar de La Mancha, cuna de Don Quijote, remite consecuentemente a la simbólica genealogía de nuestra lengua literaria. Comprendo que la idea, aparte de estar ya bastante manoseada, tiene un acusado acento retórico. Pero si la recuerdo es por una razón muy simple: porque cuando hablamos de nuestra lengua literaria, de nuestra literatura, ese pronombre posesivo —nuestra— debe entenderse en su más fecundante diversificación geográfica. Los cultivadores de esas literaturas, estén donde estén, integran justamente  una propiedad parcelada según las normas de cada personalidad nacional. Aunque la posesión —la patria común— sea la lengua, las mismas fronteras geográficas definen otros tantos aportes expresivos convergentes en un mismo solar. Comparto en este sentido la tesis del policentrismo: nadie puede monopolizar el centro rector de esa red de afluencias lingüísticas;  todos los que hablamos español somos copropietarios de ese bien común. Por supuesto que existen rasgos distintivos, peculiaridades congénitas, pero la pluralidad de normas, la coexistencia de ramificaciones tienen aquí el valor inequívoco de una gran casa cuya unidad viene definida por el conjunto de sus distintas habitaciones.

 

Todas las literaturas que se escriben en una misma lengua constituyen pues un condominio, una conjunción de herencias no necesariamente afines. Ni los naturales condicionamientos geopolíticos ni los influjos de los caracteres nacionales perturban para nada esa operativa evidencia. Las distinciones que puedan rastrearse —pongo por caso— en el español de Colombia, Argentina o Panamá son del mismo orden teórico que las que puedan advertirse entre los distintos usos  del español en Asturias, Andalucía o León. Cada uno se moviliza, natural y afortunadamente, a partir de sus respectivas peculiaridades geográficas e históricas. O según la norma inapelable dictada por los usos lingüísticos. Pero tal vez convenga matizar un poco la cuestión, en especial por lo que respecta a algún que otro alarmismo sobre las corrupciones y fragmentaciones del idioma. Recuérdese que Borges respondía en un artículo, con irónica sagacidad, a las alarmas de  Américo Castro sobre las graves alteraciones que este advertía en el español rioplatense. Esos presuntos desvíos lingüísticos no suponían para Borges más que «ejercicios caricaturales», hablas arrabaleras, tan  contagiadas de impurezas —añado yo— como podían estarlo nuestros dialectos gremiales o, sin ir tan lejos, la jerga del último fenómeno contracultural.

 

Como bien se sabe, los primeros cronistas de Indias se enfrentan a un mundo insólito por desconocido, a una realidad maravillosa  (a lo «real maravilloso», por usar el termino acuñado por Carpentier) sin ningún referente cultural previo. Y crean una prosa como recién nacida, como recién alumbrada, cuya vitalidad exuberante se correspondía con la exuberante vitalidad de las nuevas realidades. En el ya espléndido castellano de fines del xv, de principios del xvi, se opera algo así como una conmoción imaginativa. No había palabras para nombrar las cosas desconocidas, las sensaciones ignoradas. Como en el Macondo de García Márquez, «el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre». Pero en vez de señalarlas con el dedo, se moviliza una convergencia lingüística de voces guaraníes, quechuas, mayas, chibchas, araucanas. Todo un enriquecimiento mutuo propiciado por la invasión —por la invención— de la realidad. La literatura se inyecta así sus propios tónicos verbales. El asombro ante la naturaleza inusitada posibilita el asombro de otra nueva especie de literatura más integradora, más tributaria del mestizaje. Basta releer a los grandes historiadores de Indias —Díaz del Castillo,  López de Gómara, Cabeza de Vaca, Fernández de Oviedo— para corroborar hasta qué punto la realidad de un mundo nuevo —sorprendente por maravilloso— ha movilizado una espléndida alianza entre la lengua y la naturaleza. ¿Cómo referirse si no, en español, a los animales, plantas, alimentos, utensilios de la vida cotidiana bautizados por los indios?

 

Se va estabilizando de ese modo, por así decirlo, una literatura criolla, es decir, una literatura nacida en América de ascendencia española. O una literatura ya directamente mestiza, gestada en el maridaje idiomático de lo americano y lo español. En cualquier caso, se trata de un criollismo estrechamente emparentado con un mestizaje léxico tan fecundo como el de la sangre y cuya cristalización va a constituir un paradigma sociológico al margen de  imposiciones doctrinarias, expolios culturales y desmanes sin cuento.

 

Como nadie ignora, la reacción contra las formas rígidas del español metropolitano no fue más que una razonable reacción literaria, aparte de lo que pudiera tener de enfrentamiento político a otras tiránicas formas de colonialismo. La inflexible pureza del idioma es la antítesis del mestizaje vivificante. Digamos que un purista es un racista en versión lexicológica. Nadie duda, además, que un diccionario debe recoger las voces legitimadas por el uso popular.  Y en América había multitud de palabras que se integran necesariamente en el caudal léxico del español que allí se empezó a hablar. Ocurre como con algunas mezclas de vinos diferentes, esos coupages  cuyo resultado final mejora la calidad de las partes. Así se volvió a revitalizar el español, porque así lo demandaba la geografía física y humana donde se trasplantó.

 

El resultado de ese largo proceso de fusiones se hace más notorio cuando la América hispana se escinde de la metrópoli y recorre los caminos históricos de su independencia, muchos de cuyos artífices —por cierto— eran criollos, como Bolívar o San Martín, y muchos de cuyos herederos en la lucha por la libertad eran mestizos, como Benito Juárez, Emiliano Zapata o Porfirio Díaz, de igual manera que también lo habían sido los hijos de Hernán Cortés, de Cabeza de Vaca, de Almagro. Y fue precisamente otro mestizo, Rubén Darío, el que iba a inaugurar una magistral síntesis poética que sirvió de guía a todas las poéticas  surgidas en las áreas geográficas hispanohablantes. Un producto americano de la simbiosis cultural  —un auténtico mestizo nicaragüense— emprende una hazaña literaria que afectaría de manera decisiva al desarrollo de toda la poesía escrita en español a partir de entonces. Darío no pertenece a la otra orilla oceánica del idioma, es un fronterizo de nuestra lengua común que aglutina en su obra elementos de la tradición clásica española, de la aborigen centroamericana y, en este caso, de la parnasiana francesa. Ahí estaba el sedimento integrador de una poesía que devuelve a la literatura española, en una magistral reconversión estética, lo que la literatura española había ido trasvasando a América.

 

Es cierto que las coyunturas literarias hispánicas han tendido cada vez más a un unánime intercambio de tendencias. Y no resulta ni medianamente razonable medirlas desde distintos ángulos de enfoque, sino con un mismo rasero crítico. Los trasvases de modelos y préstamos mutuos entre las literaturas que hoy se escriben en nuestras distintas geografías lingüísticas son mucho más palmarios que sus respectivos aislamientos. Un argentino puede no saber lo que ocurre literariamente en Venezuela, o un uruguayo lo que pasa en Panamá, pero el flujo lingüístico global se ha mantenido con unas idénticas constantes operativas.

 

Se ha reiterado más de una vez que los hispanohablantes «no podemos ni debemos ser superficialmente iguales, pero sí debemos igualarnos en el respeto a una norma panhispánica que, como una partitura, admite una variedad ilimitada de ejecuciones sin dejar de ser la misma». Sería realmente un despropósito que alguien defendiera que todos los hispanohablantes deben obedecer a los mismos preceptos léxicos o sintácticos, puesto que tampoco pertenecemos a la misma geografía o a la misma historia. Resulta de veras fascinante recorrer ese inmenso territorio que va del sur de Chile al norte de México, y aun penetra en Estados Unidos, y entenderse en la misma lengua dentro de su natural diversificación de matices. Esa evidencia emocionante debe bastarnos para ratificar que, al margen de todos los agravios y expolios de la historia, las mezclas culturales que se fraguan en Hispanoamérica propiciaron una nueva siembra lingüística que llegó a convertirse en uno de los grandes logros de la presencia española en América. Desmantelamos, quién lo duda, civilizaciones insignes, exportamos fanatismos e intolerancias, pero abrimos la senda fecunda de una cultura literaria común que prevaleció hasta nuestros días.

 

 

Sección III. Libro, lectura y educación.

EL INTERÉS POR LA LECTURA EN LA SOCIEDAD TECNOLÓGICA

ÁLVARO MARCHESI

 

Dicen que los jóvenes no leen, que cada vez leen menos y que, por el contrario, cada vez chatean más. Yo, humildemente, no lo creo. Se olvidan de que en el pasado gran parte de los jóvenes no tuvieron acceso a una enseñanza prolongada, que no leían ni escribían, y que ahora, además de tener acceso a una mejor educación, escriben y leen sin parar en formatos digitales. No muy bien, hay que reconocerlo, con un leguaje encriptado, pero con un lenguaje comunicativo al fin y al cabo. Apoyan mi afirmación datos recientes que indican que los jóvenes latinoamericanos entre 16 y 30 años son el sector de la población que más lee, tanto por motivos de estudio o profesionales como por motivos de ocio o de entretenimiento. (OEI-Latinobarómetro. Acceso y participación en actividades culturales. Publicación de los datos completos en 2014).

 

De todas formas, se lee poco y se debería leer más. Intentaré reflexionar sobre estas dos afirmaciones aunque en orden inverso: por qué se debería leer más y por qué se lee poco.

 

Leer es fascinante

 

Leer es una de las actividades más completas, formativas y placenteras a la que podemos dedicar nuestro tiempo. La lectura puede ampliar nuestros conocimientos, transportarnos a otros mundos, ayudar a conocer a los otros y a nosotros mismos y hacernos vivir aventuras apasionantes en diferentes situaciones. La lectura tiene un enorme poder de fascinación.

 

Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de La Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi sesenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el Capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a D’Artagnan, Athos, Portos y Aramis contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.

 

La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. (Mario Vargas Llosa. Elogio de la Lectura y de la Ficción. Discurso ante la Academia Sueca. 2010).

 

Pero, ¡ay!, se lee poco

 

Y esto no tiene una explicación sencilla pues si tan atractiva es la lectura, habría disputas por acceder a una biblioteca y conseguir un libro. En aras de la brevedad, señalaré tres razones de este déficit que apuntan a otras tantas estrategias para revertir la situación. Al final expondré el ejemplo de un buen proyecto que ha impulsado la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) en la que trabajo en la actualidad para avanzar en la dirección adecuada con los formatos de los tiempos actuales.

 

No se enseña bien a leer, ni todos los profesores lo consideran una obligación docente

 

Habría que asumir de forma generalizada una nueva forma de entender la enseñanza de la lengua. No me puedo detener en este tema tan apasionante. Solo destacaré que además de incorporar en el proceso de la alfabetización inicial el uso de unidades menores como la correspondencia de grafemas y fonemas así como la comprensión del texto en unidades más amplias, sería preciso incorporar la reflexión sobre la lengua. Se ha de reflexionar sobre la lengua mientras se utiliza en diferentes contextos y sistemas, es decir, en las situaciones en las que se lee y se escribe. Por ello, la escritura asume un papel relevante para pensar sobre la lengua y sobre las posibilidades de comunicación en un sistema escrito.

 

Por tanto, la alfabetización implica el desarrollo de una conciencia metalingüística, para lo que es necesario coordinar la lectura, la escritura y la oralidad. El objetivo es que los alumnos se incorporen a la cultura escrita en cualquiera de los formatos que pudieran plantearse.

 

En consecuencia, sería muy importante que en el proceso de alfabetización inicial se incorporaran cantos, narraciones sencillas de transmisión oral, juegos, trabalenguas, cuentos, poemas y música. El aprendizaje de la lectura y de la escritura ha de ser una experiencia vital para los niños en la que encontraran poco a poco el sentido de las diferentes formas de comunicación.

 

Por otro lado, el acceso a la cultura escrita no tendría que considerarse como responsabilidad de un profesor determinado, sino que debería ampliarse al conjunto del profesorado. La geografía  y la historia, la física, la química y la educación artística, por citar algunas de las materias curriculares, deberían incluir entre sus objetivos y metodologías el cuidado y el desarrollo de la comunicación y de la expresión lingüística. Tendría que ser una propuesta reglamentada y generalizada, lo que exigiría que se incluyeran los contenidos didácticos correspondientes en la formación de todos los profesores sin excepción y en los procesos de selección establecidos para el acceso a la docencia.

 

Hay que aprender a leer y a escribir en la escuela, desde luego, pero también se debería leer y escribir para aprender. En consecuencia, y de acuerdo con la sugerencia anterior, todas las materias curriculares dispondrían de un tiempo determinado para leer textos relacionados con sus objetivos y contenidos específicos: geográficos, históricos, medioambientales, de animales, artísticos, científicos, deportivos... Los alumnos deberían escribir informes, proyectos y narraciones sobre los temas de estudio. Se abriría así un campo de enormes posibilidades de colaboración interdisciplinar en el que la lengua y la comunicación ocuparan uno de los ejes centrales del proyecto de enseñanza.

 

Las familias no leen lo suficiente con sus hijos

 

Es difícil que un niño sienta interés y aprecio por la lectura si no hay libros ni revistas ni periódicos en casa y sus padres apenas leen. Animar, facilitar, convencer a los padres de la importancia de que en la familia se valoren los libros y se dedique algún tiempo a la lectura es una tarea necesaria en la que no se deben escatimar esfuerzos desde la educación infantil. El mejor antídoto para el retraso escolar es que los padres lean quince minutos con sus hijos desde las edades tempranas.

 

Es preciso, además, asegurar el buen funcionamiento de la biblioteca escolar, cuidar las colecciones que pueden ser leídas por los padres, facilitar el préstamo de libros y la coordinación con otras bibliotecas públicas y propiciar encuentros de animación a la lectura. La biblioteca escolar se configura, desde este planteamiento, como un instrumento imprescindible para que la escuela llegue a convertirse en una comunidad de lectores.

 

Las nuevas tecnologías no animan a la lectura

 

La nueva sociedad de la información parece que no ayuda a educar en el placer de la lectura. El predominio absoluto de la imagen y el interés por lo inmediato no favorece los requisitos básicos de la actividad lectora: texto escrito, comprensión del significado y de las relaciones, complejidad del texto, esfuerzo. El alumno está acostumbrado desde pequeño a obtener la información con escasa atención y a través de formatos multimedia. La lectura, por el contrario, pone en acción un conjunto de habilidades muy diferentes: hace falta tiempo, tranquilidad, interés y perseverancia para comprender un texto y disfrutarlo.

 

Sin embargo, a lo que debemos enfrentamos es a «la renovación en la definición del texto y del lector, de las prácticas de lectura y los modos de leer» (Emilia Ferreiro, 2001). Los textos electrónicos abren nuevas e insospechadas posibilidades. Siempre ha existido una cierta capacidad interpretativa del lector sobre las intenciones comunicativas del autor. Pero ahora, nos dirá César Coll (2005), «el peso determinante del autor en el diálogo entre lector y texto que está en la base de la comprensión lectora se reequilibra a favor del lector. Los textos electrónicos introducen mayores grados de libertad en los procesos de construcción de significados que, a partir de ellos, puede llevar a cabo el lector». Ya lo había afirmado Joseph Conrad hace décadas, «el autor solo escribe la mitad del libro. De la otra mitad se encarga el lector». ¿Qué diría en estos tiempos tecnológicos?

 

La alfabetización adquiere, pues, un nuevo significado. Adentrarse en la cultura escrita en estos tiempos tecnológicos exige nuevas competencias y plantea un reto indudable a los sistemas educativos.

 

A modo de resumen final: bitácoras de las lecturas de los alumnos

 

El proyecto «Qué estás leyendo» es una iniciativa de la OEI para que los jóvenes lectores, de 12 a 15 años, se animen a leer como un proceso reflexivo y como una actividad compartida. El objetivo es estimular la creación de blogs en los que cada lector comparta con los demás sus experiencias de lectura, intercambie opiniones y realice recomendaciones y propuestas.

 

Durante los dos años que lleva vigente el proyecto, miles de lectores iberoamericanos han abierto sus páginas tecnológicas y han narrado, de forma apasionada en muchas ocasiones, sus experiencias como lectores. Las bitácoras son muy variadas. Todas combinan las imágenes con los comentarios de los libros leídos. Algunas incluyen música. Otras se especializan en algún tema («compartir juntos historias de terror»), intercambian poesías, experiencias o comentarios. La riqueza y la variedad son enormes. Sería muy estimulante que los blogueros de cada país pudieran conocerse.

 

¿Cómo terminar un resumen tan apretado sobre la lectura en la sociedad tecnológica? Elijo dos citas. Una del filólogo español Francisco Rico que leí hace unos días viajando precisamente a Panamá: «Todas las lenguas se están empobreciendo mucho por la presión casi irresistible del lenguaje único del poder, de los medios y de la comunidad global. El discurso único se combate con la literatura». Y, añado yo, con permiso de su autor, «… y con la educación».

 

La segunda y última frase es de Adolfo Bioy Casares: «Creo que parte de mi amor a la vida se lo debo a mi amor a los libros».

 

 

 

Sección IV. El libro entre la creación y la comunicación.
CIBERNÍCOLAS EN BUSCA DEL MEJOR PERIODISMO CULTURAL Y LITERARIO

WINSTON MANRIQUE SABOGAL

 

Somos cibernícolas. El tiempo es otro. El espacio, nuestro planeta, es el mismo, pero a la vez es otro porque cada vez parece ir más rápido. Es un mundo dual, analógico y digital, que pugna por ser uno solo y que nos ha convertido en cibernícolas. Y todos asistimos a esos cambios con asombro e incertidumbre, pero diría que, sobre todo, debemos sentirnos privilegiados por este momento de cambio de era, de la imbricación de dos realidades que son una sola, con ventajas y desventajas, pero que puede ser todo lo grande que queramos. Ahora nos parece aturdidor, sin tiempo para asimilar nada, pero pasado mañana lo recordaremos con interés. Estamos siendo testigos y partícipes de un momento histórico propiciado por lo digital y las tecnologías emergentes que han revolucionado todos los ámbitos de la vida. Incluida la cultura y la creación artística, y entre ellas la literaria. El saber ha adquirido otra dimensión. Y, aunque parezca mentira, este mundo dual nos hace más humanos porque nos recuerda y señala el universo infinito de la imaginación y nos brinda el placer de disfrutar de la cultura y las artes y la belleza, que son el alma del individuo.

 

Treinta y cinco siglos nos separan desde el primer libro conocido: La epopeya de Gilgamesh, escrita en tablillas de arcilla, cuyo subtítulo en algunas ediciones es premonitorio y captura el espíritu del libro en general: El gran hombre que no quería morir. Eso ha sido, es y será el libro. Especialmente ahora que vive su quinta mutación al convertirse en electrónico, en un proceso que no ha hecho más que empezar, un punto al que llega tras las tablillas, el rollo de papiro, el códice y el libro impreso nacido con la imprenta de Gutenberg hacia 1440.

 

Y esta quinta mutación es una florescencia porque son varias mutaciones a la vez. No hay que temer, ni pensar en si es mejor el libro de papel o el digital. Son discusiones bizantinas porque dichos formatos o soportes no son excluyentes, son complementarios. Una cosa es la forma, el soporte, y otra el contenido. La esencia. Y un libro es libro ante todo por su contenido, por la intención, por la belleza que contienen sus palabras o imágenes. Eso es el alma del libro, lo otro es solo la forma circunstancial que adquiere ante nuestros ojos para poder disfrutar de él.

 

Los libros, lo que nos cuentan, son las capas del tiempo en la vida de la Tierra, de nuestro paso por ella. Nos retratan por dentro y por fuera, y en nuestros errores y en nuestros aciertos, en nuestros sueños y en nuestras frustraciones. Desde la llegada de Internet en los años sesenta; el auge del computador en los ochenta y noventa; de los portátiles en la primera década del siglo XXI y, sobre todo, de los e-book, las tabletas y demás dispositivos y artilugios electrónicos de lectura en la actual década, la sociedad está cambiando la manera de socializar y de adquirir y divulgar información y conocimiento. Saber.

 

La Red en sí misma es analfabeta. El que todo esté ahí no significa que todo sea bueno. La Red también muestra un mundo vulnerable que tiende a unificar e igualar todo en nombre de la libertad. Pero ha quedado en evidencia la fragilidad, no de la divulgación o del acceso al conocimiento, sino del efecto que ese conocimiento o información puede surtir en las personas ante la ingobernabilidad de Internet y la valoración de los propios contenidos. Junto a los cambios de la sociedad también están los que afrontan los medios de comunicación, cuya manera de acercarse, por ejemplo, a la cultura y a la creación literaria en lo que respecta al proceso creativo, al modelo de negocio editorial, a la lectura en sí misma de la gente y a la divulgación de obras literarias y al fomento de la lectura, y de la cultura en general, requiere de una renovación urgente que ya está en marcha. Debe ser la vuelta del mejor y más imaginativo periodismo.

 

En cuanto a la creación, no hay que olvidar que el mundo digital no obliga a los autores a hacer uso de él y ellos pueden seguir con sus procesos tradicionales; pero también es verdad que ofrece muchas herramientas y posibilidades de ensanchar la creación facilitando una mutación en la narración y en la forma de acercarse al libro que puede ser multimedia e interactiva. Aunque la clave y la magia seguirán siendo la escritura en sí misma, el tema, el argumento y, sobre todo, el cómo se cuenta una historia o se plantea una reflexión, o se divulga algún conocimiento. Todo suma aquí. Nada resta. Es la búsqueda de la armonía de dos realidades. Otra cuestión es que el modelo de negocio editorial se haya visto forzado a cambiar su estructura en función de una reconversión que mire más hacia adelante y sea menos estática. Similar destino al que afrontan los medios de comunicación. Pero no se trata, exclusivamente, de trasladar el mundo analógico al digital en una especie de calco.

 

Hay una ruptura de fronteras en toda regla. O, mejor, un ensanche de fronteras. La irrupción de la Red ofrece dos aspectos diferentes en la lectura: por un lado, el libro electrónico, la posibilidad de leer un escrito desde cualquier lugar del mundo, a golpe de clic; y por otro, las librerías virtuales a través de las cuales se puede adquirir un libro impreso desde cualquier lugar del mundo, también a golpe de clic. Una gran ventaja para los países latinoamericanos, tradicionalmente aislados en el sentido en el que apenas se logra saber lo que se publica en un país o en otro del mismo continente. La Red es un aliado y una solución a esa divulgación y promoción de obras y de lectura. Además, aumentan las bibliotecas virtuales, donde los socios pueden tener acceso a los libros electrónicos durante un tiempo determinado, como en las bibliotecas de toda la vida, pero aquí de cualquier lugar del mundo; al tiempo que hay otros modelos de negocio a lo Spotify de los libros.

 

En ambos mundos, analógico y digital, se puede disfrutar de la gran librería planetaria en que se ha convertido el mercado editorial y literario hispanohablante, especialmente desde España, donde, además de la gran cantidad de autores editados en nuestro idioma, hay un porcentaje muy alto de traducciones, cerca del 14%, y entre las novedades anuales, del 28%, mientras que en Estados Unidos, por ejemplo, apenas llega al 4% o 5%. Es un privilegio poder leer en nuestro idioma, además de a escritores estadounidenses, británicos o franceses, y a otros de sus excolonias o de países donde esos idiomas son la lengua oficial, a escritores chinos, tailandeses, vietnamitas, nigerianos, polacos, rumanos, noruegos, israelíes, paquistaníes, japoneses, indios... y así hasta creadores en más de 60 lenguas. Muchos de ellos con traducciones directas de sus lenguas originales, a las que se suman los clásicos en múltiples versiones. Y de esa gran oferta dan cuenta los medios de comunicación a través de sus secciones de cultura o suplementos y revistas literarias.

 

Pero Internet también tiene un lado dudoso, un campo de trampas y trampantojos: la excesiva publicación de títulos y el caos en un océano donde todo es válido y cualquiera puede publicar y opinar debido a la desterritorialización del espacio, o del «esto es de todos». Entonces, ¿cómo saber qué vale, en realidad, la pena? Internet es de todos y para todos, sí. Pero es ahí donde, otra vez, vuelven a desempeñar un papel fundamental los medios de comunicación, que sin negar la libertad de opinión de la gente, ni deslegitimarla, sí deben reforzar su función orientativa sobre las mejores o más recomendables obras literarias (y, por extensión, de todo lo que tenga que ver con la creación). Ahora más que nunca debemos estar atentos a todo lo que se publica para tratar de ordenar y prescribir. Cada vez hay que ser más selectivos. Dar elementos de juicio y valoración a los lectores sobre un libro, explicar por qué es bueno, señalar los desaciertos si los tiene, sugerirle sobre lo mejor en diferentes campos, hacer una criba dentro del océano caótico que es la Red. Fomentar, incentivar y enseñar a apreciar la lectura y señalar los mejores derroteros de las artes, porque no vale lo mismo, ni están al mismo nivel, una obra de Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Tolstói, Kawabata, García Márquez o Echenoz que una de un debutante, a menos que sea un genio, claro. No se trata de elitismo, se trata de situar y poner a cada autor y obra en su lugar, en valor. Por eso mismo, los medios de comunicación tampoco debemos dar la espalda a las obras más populares o vendidas, tenemos que hablar de ellas, pero en su justa medida, evaluarlas dentro de la liga a la que pertenezcan dentro de la calidad literaria. Señalar sus virtudes o no dentro de su categoría y darle al lector, insisto, elementos para que sepa qué es lo que está leyendo más allá del mero argumento. Y el lector, que es soberano, decida si acepta o no nuestros comentarios. Sin olvidar que lo esencial es que la gente lea. La lectura, además de servir de fuente de conocimiento, debe ser ante todo entretenimiento, palabras recombinadas para pasarlo bien, a gusto. La lectura debe ser un placer, cotidiano o intelectual.

 

Ante este nuevo panorama de cambios, las ediciones digitales de los principales medios de comunicación se han reforzado y buscan conquistar público. Las secciones de cultura están adquiriendo la importancia que merecen porque los lectores así lo reclaman, y deben seguir mejorando porque este es un proceso en mutación imparable. Se busca conquistar y fidelizar a la gente no solo a través de un rosario de noticias de última hora sino con temas abordados desde los diferentes géneros periodísticos, lo cual permite enfoques muy diferentes, más atractivos y más de fondo y analíticos. Ese debe ser uno de los puntos diferenciadores de los buenos medios de comunicación, cuyos periodistas estamos retados continuamente a ser más recursivos cada día. El acercamiento a los libros y a los autores se ha enriquecido, porque además de la entrevista o crítica literaria respectiva ahora se ofrecen a la gente reportajes muy visuales, otros formatos exclusivos para la Red como fotorrelatos, fotogalerías, vídeos con el autor o sobre el tema del libro, encuentros digitales, lecturas del escritor y un sinnúmero de presentaciones de información que en el formato analógico no son posibles. Además de los blogs donde se da cuenta tanto de noticias del mundo editorial o del negocio del libro como de sus autores y sus creaciones literarias, así como de opiniones variadas, debates, recomendaciones en mil formatos con una participación activa de los lectores. Hay, incluso, coberturas de eventos literarios, como ferias, festivales o premios, en tiempo real tratando de llevar al internauta a ese momento, de llevarle la cultura a su computador.

 

Es el momento en que el lector es testigo casi directo del acontecer cultural y literario. Es el momento del regreso del mejor periodismo y de aumentar nuestro compromiso y responsabilidad con la gente y la sociedad. Debemos agudizar nuestro ingenio siempre desde los pilares del rigor, la credibilidad y la honestidad, el servicio y el buen hacer profesional. Es el momento sincero y necesario entre los medios de comunicación y la gente. Y entre todos fortalecer la cultura, la imaginación y la creación, especialmente en una época que privilegia lo práctico, lo rentable en términos económicos y productivos, y se mide y valora la vida en términos de rentabilidad constatable, mientras se minusvalora la formación cultural y de las humanidades, olvidando que el acceso al saber y a las artes y a su apreciación contribuyen de manera esencial y silenciosa a la formación y enriquecimiento del ser humano. La cultura y su creación artística son las manos que modelan y moldean a las personas, al ciudadano. Porque es en la imaginación, en la capacidad de crear, en la posibilidad de acceder a ello, en la magia de conectar pensamiento y corazón, y en el descubrimiento, apreciación y disfrute de esa belleza donde radica lo que en verdad nos diferencia del resto de seres vivos.

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