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Walt Whitman, biografía del poeta

El poeta de la libertad, que mostró sus anhelos y la fuerza del erotismo.

26 de marzo de 2024. Estandarte.com

Qué: Biografía de Walt Whitman

El 31 de mayo de 2019 se cumplieron 200 años del nacimiento de Walt Whitman, aquel poeta que, como dijo uno de sus primeros biógrafos, John Bourroughs, tuvo una vida “libre, no terrenal, sin prisas, sin egoísmos, anticonvencional, vivida contenta y alegremente”. 

Nació en 1819 en West Hills, un caserío rural de Huntington, en el centro de Long Island, Nueva York. Su madre, Louisa van Velsor, era descendiente de inmigrantes holandeses y su padre, Walter Whitman, carpintero y granjero, fue un hombre de pensamiento liberal, con problemas con el alcohol, poco diestro en los negocios y ardiente americanista que llamó George Washington, Thomas Jefferson y Andrew Jackson a tres de sus ocho hijos.

En 1823 la familia se mudó a Brooklyn. Whitman dejó pronto la escuela pública –apenas cursó seis años–, pero lo compensó con una formación autodidacta a base de visitas a museos, teatros, conferencias y sociedades de debate y a mucha lectura: la remuneración de su primer trabajo –chico de los recados para un despacho de abogados con apenas once años– incluía una suscripción gratuita a una biblioteca circulante.

De recadero pasa al oficio de impresor, que le permitió ponerse en contacto con el periodismo muy pronto (su primer artículo, publicado en New York Mirror, es de noviembre de 1833), al que de una manera u otra estará ligado durante buena parte de su vida: fundó un periódico y un semanario –con poca fortuna–, trabajó como cajista, como editor jefe, director…, y publicó relatos y poemas.

De sus numerosos trabajos –también hizo alguna incursión en el sector de la construcción– le despedían constantemente, si no era porque le consideraban un vago –prefería, de eso le acusaban, los paseos por el campo–, era porque se mostraba contrario a la esclavitud o porque descubrían el carácter “obsceno” de su obra. 

En 1836 regresó a Long Island y tuvo que ejercer durante seis años como maestro, muy a su pesar. Como indica Eduardo Moga en su magnífica edición bilingüe de Hojas de hierba (Galaxia Gutenberg), ese fue un periodo desagradable para Whitman que rechazaba las aulas como lugar de aprendizaje y prefería la opción del pensamiento libre inspirado en la naturaleza y en la propia interrogación de la conciencia (“plasmados con frecuencia en sus poemas”).

A principios de la década de los cuarenta ya se ha perfilado su vocación como poeta y escritor de ficción. En 1842, de nuevo en Nueva York, publicó su primera y única novela: Franklin Evans, el borracho, de escaso valor literario, como él mismo reconoció.

La primera edición de Hojas de hierba apareció en junio de 1855 con doce poemas y un prefacio. Él mismo diseñó el libro, lo sufragó y se afanó en su difusión, con poco éxito, lo que le llevó a intentarlo de nuevo un año después en una edición ya con 32 poemas e idéntico fracaso comercial. La tercera, sin embargo, ya en 1860 con 178 poemas organizados por temas y sufragada por unos editores de Boston (William Thayer y Charles Eldridge), le consolidó como poeta. En ella Whitman se calificaba como Mesías o Redentor.

En uno de los poemas, el Canto de mí mismo decía “Yo riego las raíces de todo lo que crece” o “Divino soy por dentro y por fuera, y santifico cuanto toco y me toca”. Así que no choca el título que el escritor y crítico literario Toni Montesinos ha escogido para su biografía sobre Whitman, editada con Ariel: El dios más poderoso. Vida de Walt Whitman. “Omnipresente y omnipotente, plural e infinito, un pequeño dios que actúa de Poeta, un gran Poeta que actúa de Dios. Todo eso fue Walt Whitman”, reza la sinopsis de esta obra que acaba de publicarse (abril 2019) y que bucea de forma exhaustiva en un personaje al que se reconoce creador de un nuevo lenguaje y capaz, según el título del prólogo, de hacer de uno mismo un tema literario. Lo que nos recuerda ese: “Camarada, esto no es un libro. Quien vuelve sus hojas toca un hombre”, que escribía Whitman en su Canto de adiós.

De ese hombre, según citó el escritor Guillermo Nolasco Juárez, “cuentan que poseía una sorprendente estructura animal, buena y erguida cabeza; era huesudo, de paso atlético, costumbres frugales y comprometido con las más altas aspiraciones humanas; se decía de él que era un ciudadano ejemplar.”

El 12 de abril de 1861 estalló la Guerra Civil, Whitman no se alistó, pero se implicó visitando a enfermos (en el pasado ya había tenido gestos como ese consolando en hospitales a cocheros y operarios de transbordador), trabajando como enfermero voluntario y desplazándose al campo de batalla en busca de uno de sus hermanos, George, que se había alistado en el ejército de la Unión. Igual que la emoción que le producían los paisajes de Long Island, del Misisipí o de los Grandes Lagos impregnó su poesía, también lo hizo el horror de la guerra. Con la contienda ya terminada, en mayo de 1865 publicó el opúsculo Redobles de tambor con los 53 poemas que escribió durante la guerra y versos estremecedores como estos de Ven de los campos, padre:

“Pero la madre necesita estar mejor.
Enflaquecida, guarda luto. De día no toca la comida, y de noche duerme con sobresalto; se despierta a menudo.
Se despierta llorando a medianoche, presa de un hondo anhelo:
oh, si pudiera retirarse sin ser notada, dejar la vida en silencio,
para seguir, para buscar, para acompañar a su querido hijo muerto”.

Este libro se incorporaría a Hojas de hierba, como también lo hizo La última vez que florecieron las lilas en el jardín, escrito como homenaje a Abraham Lincoln –por quien sentía gran admiración– asesinado en abril de 1865, y como lo fueron haciendo, en sus sucesivas ediciones, otros escritos del poeta conformando esa obra inmensa que es, como afirmó Jorge Luis Borges, una epopeya de la democracia americana protagonizada por un héroe triple: el modesto periodista Walter Whitman, el hombre que quiso ser y no fue (un hombre de aventura y de amor, indolente, animoso, despreocupado, recorredor de América) y el cambiante y sucesivo lector.

Hojas de hierba fue considerada obscena por un puritano (lo cual le costó a Whitman su empleo, como adelantamos), sufrió la amenaza de la censura en 1891, aunque esta solo logró auparla, y acompañó al poeta hasta su muerte: tras 33 años de publicaciones crecientes y parciales, en 1891 Whitman preparó la novena edición, que se publicaría pocos meses antes de su muerte el 26 de marzo de 1892 por una pleuresía en el lado izquierdo, una tuberculosis general y una nefritis parenquimatosa en su casa de Camden, que había comprado en 1884 y donde vivía atendido por amigos, ya que su estado de salud era delicado.

A pesar de las penurias económicas que atravesó en distintas etapas de su vida y de la falta de apoyo a su obra en otras, desde finales de la década de los sesenta empiezan a multiplicarse los reconocimientos, y no solo en su país, también en Inglaterra en donde cuenta con la admiración de Anne Burrows Gilchrist, Oscar Wilde o Edward Carpenter.  José Martí, que fue el primero en acercar al mundo hispánico la poesía de Whitman, escribió sobre él en una carta al director de La Nación en 1887 estas palabras muy expresivas de lo que supuso la creación del norteamericano y con las que queremos celebrar su aniversario:     

“El lenguaje de Walt Whitman, enteramente diverso del usado hasta hoy por los poetas, corresponde por la pujanza y extrañeza, a su cíclica poesía y a la humanidad nueva, congregada sobre un continente fecundo con tales portentos, que en verdad no caben en liras ni serventesios remilgados.

Ya no se trata de amores escondidos, ni de damas que mudan de galanes, ni de la queja estéril de los que no tienen la energía necesaria para domar la vida, ni la discreción que conviene a los cobardes. No de rimillas se trata y dolores de alcoba, sino del nacimiento de una era, del alba de la religión definitiva, y de la renovación del hombre: trátase de una fe que ha de sustituir a la que ha muerto, y surge con un claror radioso de la arrogante paz del hombre redimido: trátase de escribir los libros sagrados de un pueblo que reúne, al caer del mundo antiguo, todas las fuerzas nuevas de la libertad a las ubres y pompas ciclópeas de la salvaje naturaleza: trátase de reflejar en palabras el ruido de las muchedumbres que se asientan, de las ciudades que trabajan y de los mares domados y los ríos esclavos.”

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