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Luis Cernuda, la realidad y el deseo

Un poeta a la búsqueda de la belleza y el amor.

19 de marzo de 2024. Pilar Gómez Rodríguez

Qué: La vida y obra de Luis Cernuda

Nadie como el propio Luis Cernuda para poner el título que no solo resumió el conjunto de su obra, sino su vida: la realidad y el deseo. Como obra vio la luz en la primavera de 1936, cuando Cernuda reunía sus versos en la primera versión de La realidad y el deseo.

El mismo título iría abrazando sucesivamente nuevas oleadas de poemas hasta la definitiva edición publicada un año antes de su muerte en México, en 1963. 

Como narración vital, Luis Cernuda amaneció a su realidad el 21 de setiembre de 1902 en Sevilla, en un hogar muy tradicional y muy burgués que para el niño pronto también resultó muy asfixiante. Un hecho lo marcó de pequeño: el traslado de los restos de Bécquer a su ciudad.

Ante las preguntas del niño curioso, ante la expectación del acontecimiento, le ponen sus obras en las manos. Había nacido si no el deseo de ser poeta, sí el deseo de la poesía. En la adolescencia, el despertar sexual significa la llegada de nuevas búsquedas y nuevos deseos.

En la universidad Cernuda entabla amistad con un profesor, Pedro Salinas, que le indica lecturas, nombres… Conoce a los poetas franceses de fin de siglo y lee a André Gide como si fuera una tabla de salvación: “me abría el camino para resolver, o para reconciliarme, con un problema vital mío decisivo”. Como explica José María Capote en la Antología de Cátedra, se trata de “su inclinación amorosa o, más bien, su personal manera de ser y sentir”.

En 1925 conoce a Juan Ramón Jiménez. Está a punto de terminar su no muy brillante etapa universitaria y anda desconcertado, indeciso. Sus deseos le inclinan hacia la literatura y la realidad no anda lejos de esos caminos: en 1927 conoce a Lorca y a Vicente Aleixandre.

Un año después, Salinas le saca de la indecisión y le ofrece un lectorado en la Universidad de Toulouse. Para Luis Cernuda salir de su ciudad, de su país y de su círculo le supone una liberación y lo contrario, el hecho de volver: “España me aparecía como un país decrépito y en descomposición; todo en él me mortificaba y me irritaba”.

Por suerte, encuentra ganas de vivir en el amor que siente por el actor gallego Serafín Ferro. A él van dedicados los versos de Los placeres prohibidos, del 31, en el que manifiesta sin tapujos y sin exhibiciones su homosexualidad. De él son las líneas: “Estaba tendido y tenía entre mis brazos un cuerpo como seda. Lo besé en los labios, porque el río pasaba por debajo. Entonces se burló de mi amor”.

Tormentoso era el amor de aquella época y la política aún más. Cernuda milita en el partido comunista, pero lo tiene que dejar, viaja por España formando parte de las Misiones pedagógicas… Es un tipo peculiar, con monóculo, impecablemente vestido…

Lo que mejor le sentaba era la poesía sin duda, lo que le reportaba efímeras alegrías como el homenaje que le hacen los poetas del 27, con Lorca a la cabeza, cuando se publica La Realidad y el Deseo. También es una especie de despedida, pues en el 36 tras una estancia en París, y ante la contienda que se libra en España, se establece en Inglaterra. Establecerse es un decir porque pasa por Surrey, Glasgow, Cambridge, Londres…

Vitalmente se encuentra en un estado de crisis que se vuelca en su obra Las nubes, donde aborda temas como el pasado, el destierro y la esperanza. Lo mantienen económicamente sus trabajos relacionados con distintas universidades y vitalmente sus intereses siempre nuevos o renovados por la música, la poesía de Hölderlin, la filosofía de Kierkegaard y Schopenhauer, la Biblia… Los irá trabajando de alguna manera en sus poemas, junto al amor, que vertebra sin duda toda su obra y las búsquedas de su vida. Compañera fiel en esas búsquedas, la poesía: nunca la abandonará ni él a ella.

Su relación más duradera deja títulos reveladores que resumen jirones de su existencia: Como quien espera el alba (1941-1944); Vivir sin estar viviendo (1944-1949); Con las horas contadas (1950-1956) o Desolación de la Quimera (1956-1962).

La última parte de su vida, Luis Cernuda se encuentra a caballo entre Estados Unidos y México. Al primer destino le había llevado aceptar el ofrecimiento de su amiga Concha de Albornoz para ejercer como profesor en Mount Holyoke, Mass. Desde allá realizará viajes constantes a México. Tendrá tiempo y espíritu para enamorarse una última vez.

Implacable, más con él mismo que con nada ni nadie, explicará sobre esta etapa: “Seguí volviendo a México los veranos sucesivos, y durante las vacaciones de 1951 (…) conocí a X, ocasión de los Poemas para un cuerpo, que entonces comencé a escribir. Dados los años que yo tenia no dejo de comprender que mi situación de viejo enamorado conllevaba algún ridículo”.

La muerte le sorprende solo, tan solo como había decidido vivir su existencia distante, distinta, refinada, doliente en 1963. Pocos meses antes había revisado su libro de prosas poéticas titulado Ocnos que escribía desde hacía más de dos décadas. Lo definió como “un rescate de mi vida”. A él pertenecen estas líneas: “Aquellos seres cuya hermosura admiramos un día, ¿dónde están? Caídos, manchados, vencidos, si no muertos. Más la eterna maravilla de la juventud siguen en pie (…)”. La eterna maravilla de la poesía, de su poesía, también.

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