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Gianni Rodari: escritor y militante político...

La biografía del gran maestro de la imaginación.

11 de diciembre de 2020. Estandarte.com

Qué: Biografía de Gianni Rodari

Gianni Rodari, maestro de la imaginación

Maestro, periodista, pedagogo, escritor, militante político... Gianni Rodari (Omegna, Lombardía, 1920-Roma, 1980) fue, en todo esos oficios y vocaciones, un defensor de la fantasía y de la creatividad. No solo era un magnífico contador de historias; sino alguien que no cesaba de buscar formas para estimular a que otros –especialmente los niños– las contasen, alguien que jugaba con las palabras, que las mimaba y las utilizaba al servicio del disfrute y de una educación divertida y estimulante. Le gustaba la música, los disfraces y los títeres, creía en el valor educativo de la utopía, huía de las atmósferas burocráticas (si para romperlas tenía que subirse a una silla, ponérsela en la cabeza o sentarse en el suelo en medio de un aula, lo hacía sin dudarlo). Deseaba fomentar el gusto por la lectura, no la técnica de la lectura, y para ello jugaba y experimentaba, pero con conocimiento de causa: estaba bien nutrido con las teorías y experiencias de otros (en sus escritos cita, entre otros muchos, a Umberto Eco, Freud, Italo Calvino, Vladimir Propp, María Montessori, Mario Lodi, L. S. Vygotski, a maestros de escuela…) y con lo que le enseñaban los cuentos populares. Pero, sobre todo, con lo que había aprendido observando a niños y niñas y sus reacciones cuando escuchaban historias, asistían a clase...

Tras graduarse en magisterio, sus primeras clases fueron particulares a una familia judía alemana que se estableció en Italia huyendo del nazismo. Era 1938. “Debía de ser un pésimo maestro, mal preparado en su tarea […] No obstante, no fui tal vez un maestro aburrido. Un poco por simpatía y otro por ganas de jugar, les contaba a los chicos historias sin la menor referencia a la realidad ni al sentido común, y las inventaba sirviéndome de las ‘técnicas’ alentadas y a la vez escarnecidas por Breton”, contaba en 1973 sobre sus clases en escuelas de primera enseñanza en la Gramática de la Fantasía. Introducción al arte de contar historias (tomamos la cita de la edición de Booket, 2006, con traducción de Mario Merlino). Tuvo que acudir a la Casa del Fascio de Milán para conseguir trabajo como maestro y se afilió al Partido Nacional Fascista. Pero aquella militancia duró poco. Durante la Segunda Guerra Mundial –en sus inicios evitó el frente por su salud delicada; sin embargo, sí fue llamado a filas con la República de Saló en 1943– se acercó a la Resistencia y terminó rompiendo el carné fascista y afiliándose al Partido Comunista en 1944.

De la mano de este partido empezó, ya en la posguerra, a colaborar en prensa. A lo largo de su vida trabajó en publicaciones como L’Ordine Nuovo, L’Unitá, Il Pionere, Avanguardia, Paese Sera, Corriere dei Piccoli o Il Giornale dei Genitori. Poco a poco fue alejándose de dependencias de partido y acercándose al terreno infantil. A través del periodismo nació su interés por la literatura infantil.

Con libros como Las aventuras de Cipollino –en España también conocido como Cebollín, Cebollino o Cebolleta– comenzó esa aventura literaria que supondría una verdadera revolución para las letras, no solo porque experimentaba con la estructura del cuento y con el lenguaje, sino porque se atrevía con temas que tradicionalmente no tenían cabida en historias pensadas para niños. Con humor, fantasía, ingenio e ironía, abordaba lo que le preocupaba sobre la realidad social, la cultura o la familia y la escuela; criticaba –sin pedantería ni moralismo– aspectos insolidarios y consumistas de la sociedad, y daba voz y espacio a obreros, campesinos, emigrantes, jubilados…. “Los mundos de los excluidos piden con fuerza ser nombrados: orfanatos, reformatorios, asilos de ancianos, manicomios, aulas escolares”, apuntó en su Gramática. No a todos gustaba ese acercamiento: el Vaticano pensó que la suya era una labor de adoctrinamiento (fue descrito incluso como “diabólico e insensato”) y le excomulgó. Eran los años cincuenta, lejos quedaba el tiempo pasado en el seminario católico de San Pietro Martire en Seveso (Milán) –donde le había hecho ingresar su madre en 1931 (dos años después del fallecimiento de su padre, el panadero Giuseppe) y permaneció hasta 1934–; su militancia en Acción católica, o sus publicaciones en la revista católica Azione Giovanile en 1936. Por los años treinta también estudió violín, tocó con unos amigos por tabernas y plazas y empezó a leer a autores como Nietzsche, Schopenhauer, Stirner, Stalin o Lenin, que despertaron –según relata la biografía que recoge su página web giannirodari.it– su curiosidad por el marxismo.

Empezó a publicar libros a finales de los cuarenta. En los cincuenta comenzaron sus viajes a la Unión Soviética –visitó el país varias veces a lo largo de su vida–, se casó con María Teresa Ferretti, secretaria del grupo parlamentario del Frente Democrático Popular, tuvo a su hija Paola y no cejó en su actividad periodística y literaria. A lo largo de su vida se imprimieron más de una veintena de libros suyos como esos deliciosos Cuentos por teléfono, Cuentos largos como una sonrisa, Cuentos a máquina, Érase dos veces el barón Lamberto, Jip en el televisor… –muchas de sus historias pueden encontrarse en catálogos de editores españoles como Kalandraka, Blackie Books, Editorial Juventud, SM, La Galera–. En 1970 recibió el prestigioso Premio Hans Christian Andersen.

Su amor por la literatura y su fe en su poder liberador fueron más allá de sus ficciones: en los años sesenta empezó a visitar escuelas. Allí contaba historias a los niños y –lo más importante– con los niños y compartía con los maestros nuevas técnicas de enseñanza. Jugaba con sus binomios fantásticos, con sus qué ocurriría si…, con el prefijo arbitrario o el error creativo. Creaba con los niños y apostaba por una forma de enseñar y de aprender lúdica y divertida. “Los cuentos sirven a las matemáticas, así como las matemáticas sirven a los cuentos. Sirven a la poesía, a la música, a la utopía, a la labor política: en definitiva, al hombre entero, y no sólo al que crea fantasías. Sirven precisamente porque, en apariencia, no sirven para nada: como la poesía y la música, como el teatro y el deporte (si no se convierten en un negocio). Le sirven al hombre completo. Si una sociedad basada en el mito de la productividad (y en la realidad del beneficio) tiene necesidad de hombres a medias –fieles ejecutores, diligentes reproductores, dóciles instrumentos sin voluntad–, quiere decir que está mal hecha y que hace falta cambiarla. Para cambiarla, se requieren hombres creativos, que sepan usar su imaginación.” Tomadas de su Gramática de la fantasía, estas palabras son un fiel reflejo de cómo era y qué le interesaba a ese hombre que llegó a la literatura a través del periodismo y desde allí insufló aire fresco y renovador a la pedagogía.

En 2020 se le recordó de forma especial porque habría cumplido cien años. Murió a los 59, el 14 de abril de 1980, en una clínica de Roma por una insuficiencia cardiaca. Muchas de las celebraciones previstas en torno al centenario tuvieron que esperar por la pandemia del COVID-19, pero –mientras tanto, y siempre– ya estaban ahí sus libros y su curiosa e inteligente manera de hacer pensar y reír al tiempo.

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