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Un cuarto propio

16 de julio de 2013. Sra. Castro

Existen algunos libros que no necesitan presentación y, si me apuran, tampoco otra reseña más. Libros que son de todos conocidos e incluso, en algunas ocasiones, también leídos. Ese es el caso sin duda de Un cuarto propio, el célebre ensayo que Virginia Woolf escribió en 1929, basado en dos conferencias que la escritora había pronunciado en Cambridge para hablar sobre la relación entre las mujeres y la novela.

Un cuarto propio es un amenísimo texto donde las ideas de Woolf sobre la posición de la mujer en la sociedad son expuestas no solo con claridad sino también con humor. La autora logra que el lector la siga con interés y entrega absoluta desde el planteamiento inicial —cuál es la relación entre literatura y mujer—, pasando por su búsqueda de documentación para responder a tal cuestión hasta, finalmente, la conclusión a la que es posible llegar en lo referente al binomio mujer y creación literaria.

Como apunto, Woolf escribe con humor, con ironía y, sobre todo, sin victimismo. Simplemente parte de la observación de la desigual educación que hombres y mujeres recibían en la universidad, al reparar en la riqueza y tradición de las instituciones de enseñanza masculinas frente a la humildad de las femeninas. Y se plantea la primera pregunta: ¿por qué es así? De modo que busca conocer el origen de esa situación de desventaja de las mujeres y descubre que “la mujer” es tema predilecto de estudio para los varones. La bibliografía sobre el sexo femenino es inmensa y abarca todos los temas imaginables; pero curiosamente no ha sido escrita por las propias mujeres.

Con su repaso por el catálogo del Museo Británico, Virginia Woolf resalta la desigualdad de las relaciones entre hombres y mujeres y el continuo desprecio de los primeros por las capacidades y cualidades de las segundas. Y al hacerlo se limita a señalar una realidad, reflexionando sobre las relaciones de poder que llevan al sexo masculino a recalcar la inferioridad femenina como manera de subrayar la propia superioridad. Y de esa manera, defender un statu quo que les beneficia a todas luces.

Pero como el ensayo versa sobre la relación de la mujer con la literatura, Woolf prosigue con un repaso por la vida y obra de algunas de las más destacadas escritoras inglesas de los últimos siglos para revisar sobre qué temas escribieron e imaginar cuáles fueron las condiciones en las que estas mujeres se enfrentaron a la realización de su obra. En un mundo, no lo olvidemos, que las despreciaba por principio solo por ser mujeres.

La conclusión, esa «pepita de verdad» —por usar la expresión de la propia Virginia—, que la escritora nos ofrece es que la mujer precisa tener dinero y un cuarto propio. En principio estas condiciones son demandadas por Woolf como requisito para la creación literaria; pero son, evidentemente, extensibles a cualquier creación artística o intelectual. Y es posible ir todavía más allá y comprender que estas condiciones, que se dan por sentado para cualquier hombre, son necesarias para la existencia de cualquier mujer, escriba o no, cree o no. Y llevando la reflexión que el libro suscita al extremo, es posible afirmar que a una mujer le sería suficiente con tener dinero propio, pues es el dinero el que paga el cuarto.

Y puesto que las mujeres hemos conquistado el derecho a ganar y disponer ese dinero, no está de más leer o releer libros como este que nos recuerdan la necesidad de seguir luchando. Luchando por conseguir que la forma en que ganamos ese dinero sea digna y en condiciones de igualdad; luchando porque en nuestro cuarto propio podamos trabajar en el ámbito que deseemos: literario, artístico o científico. Y, en definitiva, luchando porque sea la voz de las mujeres la que cuente nuestra propia historia y la de la humanidad de la que formamos parte.

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