Pasión por leer. Pasión por escribir.

Portada > Crítica > Solo-hechos-de-andres-trapiello_319.html

Sólo hechos

06 de febrero de 2017. Bruno Marcos

Fiel a su entrega anual llega a nuestras manos un tomo más de Salón de los Pasos Perdidos, titulado Sólo hechos, el número veinte del colosal empeño del escritor Andrés Trapiello por hacer literatura con su vida.

En esta ocasión relata lo acontecido en el año 2006 y, aunque parece que todo nos suena a quienes llevamos leyendo toda la serie, sorprende que siempre es nuevo y que siempre nos atrapan sus páginas como si, efectivamente, la vida y la vida registrada en los diarios fueran ese río que permanece a la vez que no podemos bañarnos dos veces en él.

Hay que agradecer al autor que no desfallezca. No sabemos si persiste por compromiso con nosotros los lectores, desde 1990, o por afán de atrapar el tiempo con sus letras. El caso es que las 456 páginas se leen en pocos días y en ellas hay nuevamente pasajes conmovedores y tristes como los que describen los últimos meses de Juan Ramón y Zenobia, confundidos, enfermos y abatidos, poco antes de que el poeta recibiera el premio Nobel. Pero también los hay divertidos como la visita a Miguel Delibes, lúcido y sincero en su vejez, o la que hace a la Real Academia de la Lengua en la que la sobria escena de la toma de posesión del poeta Brines acaba con un cuadro cómico.

También, como en otros tomos, viene un buen manojo de retratos caricaturescos, no sólo de literatos sino de todo tipo de personas que, como siempre reza el frontispicio galdosiano de la serie, allá adonde van llevan su novela.

Están muy bien pintados los cuadros de tiempo que hace el autor cuando entra en casas donde la decadencia ha dejado huellas de una aspiración estética en ruinas, como en la de los Madrazo y, sobre todo, en la casa del poeta y coleccionista de antigüedades Julio Aumente, ya anciano. Dejan en el lector estas románticas visitas a casas cementerio un fuerte impacto de vanitas contemporáneo a la vez que un claro aviso del Et in arcadia ego.

En la parte humorística sobresale el relato de la intervención quirúrgica a la que se somete el dictador Franco, en el Palacio del Pardo porque se niega a ir al hospital, que se convierte en puro esperpento tras un apagón de luz. Dice de él Andrés Trapiello que no cree que pudiera hacer novela alguna con él sino, a la manera de Galdós, un auténtico episodio nacional.

Además de esto sus descripciones paisajísticas, las confesiones íntimas o familiares, los avatares de la salud y, por supuesto, sus juicios literarios. Hay que valorar que Trapiello, con esas opiniones que parecieron al principio tan intempestivas cuando el gusto literario de la Transición era una roca inamovible, nos enseñó que se podía decir lo que se pensaba y que había que fragmentar lo que, en definitiva, no era sino un nuevo relato oficial de la cultura. Coincidamos o no con el canon que él defiende esto otro no es poca cosa.

Comentarios en estandarte- 0