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Ojo de Oro

19 de junio de 2012. Alan Queipo

Si mi abuelo tuviera Twitter no sé si lo encajaría del todo bien. Que Alejandro Jodorowsky, psico-mago, chamán, tarotista espectral, fetiche de famosos excéntricos, novelista, terapeuta colectivo, director de cine, líder de aquella revuelta escénica que fue el Teatro Pánico, psicogeneálogo e ilustrador, entre tantas otras cosas, tenga una cuenta de Twitter a sus 83 años (impresionantemente bien llevados, por otra parte) lo encajo mejor. No me chirría tanto. Lo raro es convertir la mentada red social del pajarito azul en una rutina obsesiva, ordinaria, terapéutica, colectivista, didáctica, chamánica. Eso es lo que ha hecho Jodorowsky: durante más de un año se ha levantado en su casa de París, ha escrito unos tuits, desayunado, y escribir otros más. Confiesa que, de media, ha escrito unos seis tuits al día. Tiene más de 480 mil seguidores y sólo sigue a 20 personas. Le ha dado un sentido a Twitter que aun los que lo utilizamos a hurtadillas cuestionamos. Ha convertido en vicio, en mímesis, en misterio y en escuela de reacción el puro fanatismo informático. Ha realzado el valor de la literatura digital en detrimento de la convencional.

Jodorowsky padre (no nos olvidemos que es padre tanto de Adán como Brontis, dos portentos de la creación escénica actual) ha cedido a la dura apuesta de resumir pensamientos en 140 caracteres y que tengan tanto sentido y universalidad como ha estado acostumbrado en estas más de cinco décadas como mentor popular de conceptos como la religiosidad, el modo de vivir y la sabiduría de un sabelotodo en perpetua coherencia mágica con su entorno. Le ha dado al creador de Twitter un afán arty que nadie había descubierto y rebautizado la red social como una especie de creadora de haikus por sorpresa, con unos límites artístico-creativos que nadie había mencionado hasta que él se pusiera a ello. Y ha resumido todo en Ojo de Oro, jugando tanto con su nombre (Jodorowsky = jodoro = Ojod’oro = Ojo de oro) como con una concepción astral todopoderosa del valor popular de sus dimes y diretes como si de un abuelo cebolleta en formato cultureta crónico se tratase. Lo peliagudo del asunto es que esta Biblia versión jodorowskyana del way of life particular de cada ser humano pero resumido y rezumado en una versión popular (¿populista?) y generalista del cómo vivir de forma vitalista, cuestionando nuestros propios orígenes y reacciones, suele tener razón en prácticamente todas las miles de mini-frases que escupe son solvencia y hasta casi prepotencia minimizada.

Ahora Siruela publica en nuestro país esa recopilación de cerca de 3.000 tuits, más de 1.000 preguntas con respuestas breves y más de 60 reflexiones con los hexagramas del mítico I Ching resumidas como si en una sesión de poesía permanente se tratase en las más de trescientas páginas que, a modo de diccionario popular sobre el arte del buen vivir se tratase, condensa Ojo de oro. Y a todo ello, por darle un sentido más versátil, lírico, exponencial y modernista a la par que místico y espectral, los ha rebautizado como metaforismos, psicoproverbios y poesofías. Por momentos hay frases que resultan casi infantiles (Si todo es ilusión, busca las ilusiones más bellas) o poseedoras de una acidez que minimizan una credibilidad populista en valor del chiste dual (Lamiendo culos sólo obtendrás pedos o Tu clítoris le ha enseñado a mis dedos la fineza) pero por lo general Ojo de oro se convierte en un (pseudo-moralista) manual de vida que aprehende de los valores del ser humano y los dota de una fragilidad y universalidad que convierten esta recopilación tan moderna como carca (en el sentido de milenarismo chino cuasi proverbial) en una especie de todoterreno didáctico para los conflictos emocionales del hombre (o mujer, para aquellos que os guste el lenguaje inclusivo) y cuestiones espaciales-geográficas que lo convierten (e intenta convertirnos a nosotros: bien por él) en seres de ninguna parte en su afán por inmolar las fronteras. Sabiduría 2.0.

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