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La solitaria pasión de Judith Hearne

24 de junio de 2015. Sra. Castro

Tal vez el nombre de Brian Moore no les diga nada, pero seguramente sí reconozcan el título de la película de Alfred Hitchcock Cortina rasgada, de la que Moore fue guionista. Y es que Brian Moore desarrolló una exitosa carrera literaria durante la segunda mitad del siglo pasado de la que, me temo, poco ha llegado al lector español. (En 2013 editorial Contraseña publicó La mujer del médico).

Lo cierto es que Moore es un autor correcto, con una escritura sencilla y muy descriptiva que logra que el lector se adentre sin esfuerzo en la historia. La historia, en este caso, es la de una mujer de mediana edad en el Belfast de los años cincuenta. Soltera y sin familia, Judith Hearne malvive de una modesta asignación y de las clases de piano que imparte a escolares.

A pesar de pasar estrecheces económicas, la señorita Hearne pretende guardar las apariencias de una discreta opulencia y, sobre todo, de una vida agradable, plena, con amigos que se interesan por ella. Pero dos elementos disruptores dan al traste con la en apariencia tranquila vida de Judith Hearne. Por un lado, un caballero irrumpe en su vida en lo que parece su última oportunidad de conocer el amor; por otro, la tensión nerviosa de un romance tumultuoso se resuelve con una recaída en la bebida, el vicio secreto de nuestra protagonista.

Brian Moore refleja con contundencia la vida estrecha y pacata de una capital provinciana donde se presta demasiada atención a las apariencias y muy poca a las personas. Una vida aún más asfixiante para una mujer mayor, soltera y sin recursos económicos que, sin embargo, aún se aferra a la esperanza de conseguir un poco de felicidad en este mundo. El paisaje gris, lluvioso y agobiante de Belfast envuelve y representa con viveza la atmósfera que aplasta a la pobre señorita Hearne.

Pero si algo hay brillante en esta novela, modesta pero bien resuelta, es la deriva de la propia Judith. Una mujer que se nos presenta como fría, prudente y formal y que poco a poco va mostrando una trastienda de soledad e indefensión que la hace entrañable.

El estilo indirecto libre del que se sirve el autor es el vehículo perfecto para ir desvelando poco a poco a la verdadera Judith, una mujer que trata de guardar las apariencias incluso ante sí misma, pero que cada vez más va dejando adivinar su miseria, su desamparo y su tristeza.

La compasión que inspira el personaje aumenta cuando se comprende que la señorita Hearne no logra engañar a nadie. A su alrededor todos conocen las penurias y pecados que ella se desvive por ocultar. Y para su desgracia solo logrará engañar al señor Madden, un emigrante irlandés recién llegado de Estados Unidos.

A través del drama de Judith Hearne, o de su solitaria pasión, parafraseando al título, Brian Moore nos presenta la doble perspectiva de la estrechez de miras de la gente biempensante y del egoísmo inherente al ser humano; pero en especial la tragedia de una mujer a la que sus circunstancias personales —falta de fortuna y falta de atractivos físicos— apartan del que debiera ser su destino: ser esposa y madre.

Una vez ese objetivo no se alcanza, la señorita Hearne será una fracasada y una proscrita. Mientras, a su alrededor solo se alzará la indiferencia o una tibia conmiseración. Consciente de que carece de pasado, en cuanto no tiene una boda y nacimientos de hijos a sus espaldas, Judith se aferra con denuedo y desesperación al futuro y al resquicio de felicidad que parece abrirse en su gris existencia.

Porque las alternativas para una mujer como ella la señorita Hearne ya las conoce. La religión, la Iglesia, como un refugio frío, solemne y, lo que es peor, probablemente falso. O el fondo de una botella de whisky barato.

Judith Hearne se esforzará a lo largo de toda la novela por mantenerse a flote y salvar su dignidad. En un final circular, Brian Moore la deja casi donde la tomó y, en cierta manera, con uno de sus deseos cumplidos. Y es que no queda otro remedio que seguir viviendo. Pero sería mejor si todos nos esforzáramos en dar un poco de calor a las señoritas Hearne que tal vez haya a nuestro alrededor.

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