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La señora Bovary

09 de octubre de 2012. Sra. Castro

La señora Bovary —la nueva traducción de Alba ha optado por traducir el tratamiento— es uno de los títulos universalmente conocido en la historia de la literatura y Emma Bovary uno de los personajes más populares. Aunque versa, como otras muchas novelas de la época, sobre el adulterio femenino, la profundidad de la que Gustave Flaubert dotó a su protagonista la convierte en una obra singular.

Considerada tan escandalosa en el momento de su publicación que su autor fue procesado por «ofensa a la moral pública y religiosa y a las buenas costumbres», La señora Bovary es mucho más que la historia de un adulterio: es la historia de una mujer. Emma es una joven bonita, educada en un convento y lectora adicta de las novelas de Walter Scott y otros románticos. Cuando contrae matrimonio con Charles Bovary, la pedestre vida de casada supondrá un choque demasiado duro para su sensibilidad y huirá de ella en cuanto se le presente la ocasión, manteniendo relaciones adúlteras.

Aunque tal vez no fue esa la intención de Flaubert, el autor construyo un personaje tan rico en matices que Emma Bovary se nos presenta hoy como una víctima de la educación que la mujer recibía por aquel entonces, a la vez que como una inconformista.

Educada por religiosas la joven anhela algún tipo de éxtasis místico que la arrebate. E influenciada por sus lecturas, termina por esperar que ese éxtasis provenga del amor. El amor tiene necesariamente que ser como lo describen las novelas, no en vano el hombre es ese superior que debe guiar a la mujer: «¿Acaso no debía, antes bien, un hombre saberlo todo, destacar en múltiples actividades, iniciarla a una en las energías de la pasión, en los refinamientos de la vida y en todos los misterios?» Sin embargo, pronto la realidad esfumará sus sueños y el matrimonio se demostrará como una enorme decepción.

Pero Emma es, como decíamos, una inconformista. Se niega a resignarse a su suerte de esposa burguesa y trata de vivir la vida que desea. De ahí los caprichos y las manías que Flaubert describe con destreza: vestidos, cortinas, platos refinados. Y más tarde, el adulterio. La señora Bovary trata desesperadamente de romper el cerco en el que la vida de esposa y madre quiere encerrarla, hasta el punto de desechar toda prudencia.

Los hombres con los que Emma mantiene relaciones, primero Rodolphe Boulanger, más tarde Léon Dupuis, son incapaces de comprender el fuego que la consume. Aunque disfrutan de su sensualidad no están a la altura de su sensibilidad y por eso ambos acabarán abandonándola.

En cuanto a Charles Bovary, el legítimo esposo, Flaubert hace de él un personaje que debe enternecer: sencillo, bondadoso y muy enamorado de su mujer. Son su docilidad y dulzura las que convierten en perversa a la señora Bovary. Y es que esta ha sido pintada de tal manera, sus motivaciones, anhelos, desesperanzas y pasiones han sido retratados de forma tan vívida, que las simpatías de quien lee tienen que estar con ella. Por eso Charles actúa como contrapeso y obliga a reprobar a la esposa por la traición a un esposo tan estimable.

A la señora Bovary le espera, como no podía ser de otra manera, un final trágico. Para ello Flaubert acude a una trama complicada de deudas que acaban por acorralar a la mujer, obligándola a un recurso desesperado. Este final, que parece obligado para todas las protagonistas adúlteras de las novelas del siglo XIX, resulta un tanto chocante para una personalidad como la de Emma Bovary pero, a fin de cuentas, el atentar contra lo establecido debía pagarse.

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