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La inmensa soledad

16 de junio de 2015. José Ángel Sanz

Frédérik Pajak residió cuatro años en Turín, entre 1995 y 1999. Tal y como confiesa en el prólogo que encabeza La inmensa soledad. Con Friedrich Nietzsche y Cesare Pavese, huérfanos bajo del cielo de Turín, entrevió «por pura casualidad» la relación entre estos dos melancólicos empedernidos. Enfermos, primero de soledad, después de desesperación, el filosofo alemán y el escritor italiano vivieron sus últimos años bajo la turbadora atmósfera de la capital del Piamonte. El primero se volvió loco a los 44 años. El segundo se suicidó a los 42 en su habitación de hotel.

Los palacios de Turín, sus teatros o sus arquitecturas barroca, neoclásica y Art Nouveau provocaron un efecto quién sabe si más acogedor o más desasosegante en sus frágiles personalidades. Los dos fueron huérfanos de padre, al igual que Pajak, que fija en esa circunstancia un interesante punto de anclaje para el desarrollo de su exploración. El mismo autor también perdió a su progenitor de niño, a los 9 años, como descubrimos en el pie de foto de la tercera ilustración.

La inmensa soledad… no es un relato, ni una introducción biográfica a la vida o la obra de sus dos protagonistas. Tampoco, aunque a veces lo parece, un extenso poema lírico. Su potencia narrativa reside en la discontinuidad y en la sugerencia. Exige la implicación del lector, que asiste a una afinada concatenación de ilustraciones y textos. A un entramado de referencias, encuentros, recuerdos y localizaciones. De la Mole Antonelliana al Palazzo Madama, o de la iglesia de la Gran Madre di Dio a la Piazza della Repubblica.

Pajak, Premio Médicis 2014 y editor, escritor e ilustrador desde hace 20 años, es el padre de lo que se ha dado en llamar ‘ensayo gráfico’, una definición con la que él ya ha declarado sentirse poco cómodo pero que, quizá, sea la que mejor se ajuste a su híbrido entre novela, ensayo, tratado filosófico y poema visual. Si es necesario, traslada citas provenientes de las cartas personales de Nietzsche, en la que brotan sus delirios de grandeza. O recupera las reflexiones, a vuela pluma, de un Pavese escrupulosamente humilde, a pesar de su creciente popularidad, sobre la cada vez más industrializada Turín. El efecto de la narración discontinua y la potencia de las ilustraciones es enorme, como si Pajak estuviera instalado dentro del propio corazón de sus dos singulares protagonistas.

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