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Goethe se muere

30 de octubre de 2012. Sra. Castro

El placer de reencontrarse con la prosa de Thomas Bernhard es algo que cualquiera que se haya acercado al autor austriaco necesita volver a experimentar cada cierto tiempo. Sus relatos, podría decirse, son la esencia concentrada de ese peculiar estilo que caracteriza toda su obra. Pero, aunque brillantes, sabe a poco porque, por su extensión, no hay lugar en ellos a que Bernhard despliegue por completo sus atmósferas claustrofóbicas o de recorrido a sus ideas como lo hace en las novelas.

Goethe se muere reúne cuatro relatos que aparecieron en su momento en distintas publicaciones, pese a que la intención que Bernhard comunicó a su editor era que se publicaran reunidos en un único volumen. La relación entre estos relatos es, sin embargo, oscura en algunos casos. Aunque los temas que el escritor abordan suelen ser recurrentes y recorren por entero su corpus literario el nexo de unión entre los cuatro cuentos reunidos en Goethe se muere pueden parecer algo dispares. Pero, conociendo algo la obra y la biografía del autor, pueden entenderse como una crítica a la tendencia a violentar al individuo mediante filiaciones que, en el fondo, son antinaturales: la patria y la familia.

Por ejemplo, ya solo con el título del relato “Goethe se muere”, Bernhard lanza una burla a dos temas tabú para los alemanes: de un lado, la muerte, del otro el indiscutible genio de Goethe; ironía que se acentúa en el título original: Goethe schtirbt. En el relato, un Goethe a las puertas de la muerte espera y anhela la visita de Wittgenstein (nacido treinta años después de la muerte del poeta alemán), a quien considera “su hijo filosófico”, a la vez que juzga “Tractatus por encima de su Fausto y de todo lo que él había escrito o pensado”. De esta forma, usando al propio Goethe para decirlo, Bernhard sitúa al filósofo por encima del escritor, a quien a su vez hace decir que se considera el “paralizador de la literatura alemana”.

Esa aversión a la patria y a los valores que las distintas nacionalidades consideran sagrados se muestra de manera aún más descarnada en “Ardía”. En él un narrador en primera persona que huye de Austria y que en ningún caso quiere volver a ella, a no ser que se vea obligado por la fuerza, da cuenta de un sueño en el que ha visto arder todo el país. El relato, muy breve, está cuajado de reflexiones poco halagüeñas sobre el país alpino, sus instituciones y sus gentes.

Por su parte, los otros dos relatos del volumen, “Montaigne” y “Reencuentro”, se ocupan de la familia como entidad destinada a asfixiar al individuo. Para Bernhard, y esta es una idea que se repite a lo largo de sus obras, la familia es la primera y principal destructora del ser humano: las restricciones, costumbres, ideas y formas de vivir que impone son la primera barrera que la persona encuentra para desarrollarse de manera libre, natural y autónoma. En ambos relatos se suceden sendos monólogos en los que dos hombres acusan a su familia de ser la causa de unas circunstancias vitales enervantes y dañinas.

Como siempre, Thomas Bernhard presenta en sus textos una visión certera pero aterradora del hombre como ser social. No es que acuse al ser humano, sino que más bien señala a las instituciones y formas de sociedad que este crea, porque todas acaban por arruinar lo que de bueno existe en él. Y todo ello convierte al austriaco en una lectura incómoda, plagada de verdades y, sin duda, adictiva.

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