Pasión por leer. Pasión por escribir.

Portada > Crítica > El-unicornio-de-iris-murdoch_189.html

El unicornio

21 de julio de 2014. Sr. Molina

Vaya por delante que El unicornio es una novela extraña: extraña en su concepción, extraña en su desarrollo y extraños, sobre todo, sus protagonistas. ¿Constituye esto un escollo para la lectura? En absoluto, si bien (o, al menos, uno ha terminado con esa sensación) el desarrollo de los acontecimientos que Iris Murdoch narra nos deja en una situación de duda, de ignorancia, aunque la sutileza con la inocula sentimientos y vislumbres es, quizá, lo que conforma la verdadera base de la obra. Más allá de la trama, de los vaivenes de los seres que deambulan por ese escenario hermoso, pero desolado y cruel, está el poso de sus deseos, de sus miedos y de sus dudas.

La historia de El unicornio tiene como punto de partida elementos de la novela gótica clásica: una joven acepta un puesto de institutriz en una casa, Gaze, ubicada en un remoto punto de la geografía irlandesa; al llegar al lugar en cuestión descubre un paisaje yermo, en el que apenas hay dos residencias habitadas. Su pupila, a la que creía una niña, resulta ser una mujer, Hannah, que vive recluida en la casa, atendida por un puñado de personas a cual más enigmática: un asistente, Gerald, que más bien parece un carcelero; Violet Evercreech, una huraña suerte de ama de llaves; un esquivo jardinero llamado Denis Nolan; y un jovencito, Jamesie, hermano de Violet y que pulula por la casa como un diablillo burlón. Al otro lado de la colina, frente a Gaze, se encuentra la residencia de los Lejour, en la que se encuentran Max, un anciano profesor de lenguas muertas, y sus hijos, Alice y Philip, además de un amigo de la familia, Effingham. Las vidas de este grupo de personas se entrecruzan de un modo insospechado para la recién llegada Marian, que lo único que advierte a su llegada es su sombrío comportamiento y la reserva con que se tratan, y especialmente a la señora de la casa, Hannah. Pronto descubrirá que existe un secreto relacionado con el marido de ésta, con su marcha a Estados Unidos y con la relación que existe entre algunos de ellos. Sin embargo, lejos de averiguar algo más concreto, los días se suceden sin distinción mientras Marian se sumerge en la malsana atmósfera de Gaze, de sus relaciones y de sus misterios.

Como he comenzado diciendo, en El unicornio lo importante no es lo que se cuenta (que, a decir verdad, apenas es relevante por sí mismo), sino la impresión que provoca en el lector esa atmósfera sofocante, pese a estar a cielo abierto. La llegada de Marian a Gaze invita a pensar en una historia de misterios o incluso de fantasmas, pero en verdad estamos ante una novela psicológica en la que lo principal es el estado mental de cada uno de los protagonistas; un estado, todo hay que decirlo, que desconcierta al más pintado por su inestabilidad. Los personajes actúan movidos por impulsos oscuros, a veces irracionales, sensuales, de manera que lo que parecía ser una novela de intriga pronto se transforma en un retrato intimista de las peculiares idiosincrasias de estos seres.

Un retrato que, lejos de responder preguntas, suscita incluso más dudas: ninguno de los protagonistas parece actuar guiado por una lógica común, sino que todos esconden algún interés o miedo que les mueve a comportarse de forma caótica o, al menos, incomprensible. Al comienzo Marian es consciente de ello y trata de investigar qué es lo que ocurre: qué lazos existen entre unos y otros; qué sucedió en el pasado para que se comporten así; qué ocultan en sus mentes... Pero pronto comprobaremos que la decidida heroína cae bajo el influjo de la perniciosa atmósfera de Gaze y pasa a engrosar las filas de esos caracteres silenciosos, huraños y llenos de recovecos. Y, lo que es más: nosotros mismos, como lectores, sufrimos una transformación al carecer de cualquier información que nos sirve de asidero para no perder la lucidez.

Es por ello que El unicornio, de Iris Murdoch, es un texto difícil. Los acontecimientos se desarrollan lejos de una lógica narrativa al uso, y los personajes no contribuyen a generar un marco sólido en el que se pueda insertar lo que va aconteciendo; el desenlace, si bien sorprendente, dista mucho de otorgar coherencia, manteniendo sin resolver muchas dudas que se han ido planteando durante la lectura. Como decía al comienzo, esto no es un demérito en sí, sino el intento por parte de la autora de desligarnos de lo tangible para situarnos en un plano psicológico en el que cualquier cosa es posible; si ello conduce a la locura, a la incomprensión o a la duda, no son sino efectos secundarios de la lucha interior que todos mantenemos continuamente.

Comentarios en estandarte- 0