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El tiempo es un canalla
20 de marzo de 2012. José Martínez Ros
En primer lugar, el reseñista va a hacer una confesión rabiosamente personal: después de leer El tiempo es un canalla, tengo la firme intención de recomendarlo allá donde me sea posible, y no pasará una semana sin que ruegue a las extrañas deidades de la literatura y el comercio para que se vendan muchos ejemplares. Confío que así Minúscula, la modesta editorial independiente que ha tenido el acierto de traernos una novela que se llevó el Pulitzer y el National Book Critics Circle Award, pasando por encima de la alabadísima Libertad de Franzen, se sienta impulsada a continuar publicando la obra de Jennifer Egan –de la que me declaro, desde ahora mismo, un rendido admirador-: tanto sus novelas y libros de relatos anteriores como las que vendrán en el futuro. No puedo aspirar a más, porque he comprobado que la señora Egan, además de una magnífica escritora, está felizmente casada y tiene un par de retoños.
¿Por qué me ha parecido tan buena El tiempo es un canalla? Supongo que porque no es una simple buena novela: es una buena novela de esta época, capaz de emplear las redes sociales, los e-mails y/o los sms con la misma eficacia que los autores del siglo XVIII y XIX utilizaban las cartas y los coches a caballo. El tiempo es un canalla ha reafirmado mi fe de que la buena literatura es indestructible y que hallará su lugar en la Era digital. Remontémonos un poco. En 1985, poco antes de su muerte, el gran escritor italiano Italo Calvino preparó una serie de conferencias en las que detallaba los seis rasgos que, en su opinión, debería poseer la literatura del siglo XXI. La muerte le sorprendió una semana antes de que llegara a pronunciarlas, pero aún hoy constituyen una obra clave para entender la literatura de la posmodernidad, la globalización e Internet. Me voy a permitir utilizarlas como plantilla para comentar el libro de Egan, que es, al tiempo, ejemplarmente posmoderno y clásico y, ante todo, una brillante y muy entretenida novela.
Lo primero que nos proponía Calvino para la literatura del futuro es la levedad: “hay que ser ligero como el pájaro, no como la pluma”. La novela de Egan se inicia con una secuencia divertida y, sí, muy ligera, un romance heterosexual de una sola noche entre treintañeros que se conocen por Internet, en una Nueva York post 11-S, complicado porque ella, Sasha es cleptómana. Un capítulo que le sirve a Egan para desplegar, con astucia y una engañosa suavidad, los temas principales del libro: la incomunicación, la mentira, la vieja y nueva soledad, el peso de los traumas de la infancia y la adolescencia en la vida adulta, la dificultad para establecer relaciones sentimentales sinceras en nuestra época de hiperconexiones. La segunda propuesta de Calvino es “rapidez” y la tercera es la “exactitud”; y desde las primeras páginas apreciamos un prodigioso –y muy cinematográfico o televisivo- sentido del ritmo, una prosa veloz y muy visual que nos conduce sin preámbulos al interior de sus desorientados protagonistas. No es, por tanto, nada extraño que el canal HBO haya adquirido los derechos de El tiempo es un canalla, con objeto de adaptarlo como una miniserie: mientras lo leía, me venía a la cabeza la magistral estructura de The Wire o el continuo enredo familiar de A dos metros bajo tierra. La cuarta es “la visibilidad”: la novela de Egan está plagada de imágenes poderosas que nos sitúan en una novela que zigzaguea de 1979 a las primeras décadas del nuevo milenio, empezando por el atronador hueco de las Torres Gemelas, pero que también incluyen un salvaje concierto punk en Los Ángeles de los años ochenta, un safari en África –que además es una muy inteligente parodia de uno de los más famosos relatos de Ernest Hemingway-, el intento de violación de una joven estrella de Hollywood por un periodista con problemas psicológicos, donde además homenajea los particularísimos reportajes de David Foster Wallace, una publicista caída en desgracia contratada para lavar la imagen de un sanguinario dictador tercemundista o, incluso, el diario en PhotoShop de una niña del siglo XXI, un asombroso penúltimo capítulo que también es un bello poema visual.
La quinta propuesta de Calvino es la multiplicidad: siguiendo la estela de otras destacadas obras narrativas de los últimos años –pienso en, por ejemplo, Los detectives salvajes de Roberto Bolaño o El hombre de ninguna parte de Aleksandar Hemon- la novela El tiempo es un canalla se estructura como un libro de cuentos que nos permiten visualizar a los personajes desde distintas perspectivas y épocas, lo que, en cierto modo, también nos recuerda el majestuoso Cuarteto de Alejandría de Durrell, pero comprimido en un solo volumen. La última de las propuestas de Calvino es la consistencia: a pesar de los saltos en el tiempo ya citados, de los cambios de perspectiva de capítulo a capítulo que nos permiten juzgar a los protagonistas “desde dentro” y “desde fuera”, es, finalmente, una novela sorprendentemente unitaria y contundente.
Y recomendable.
Y muy divertida.
Espero que todos nosotros podamos leer pronto otras novelas de Jennifer Egan. Mientras tanto, empezaré a releer El tiempo es un canalla.