Pasión por leer. Pasión por escribir.

Portada > Crítica > El-mono-blanco-de-john-galsworthy_219.html

El mono blanco

15 de febrero de 2015. Sr. Molina

Cuando reseñamos Bajo el manzano aludimos a la capacidad de John Galsworthy para la creación de atmósferas y las descripciones; esa habilidad alcanza un grado de excelencia sin parangón en El mono blanco, el primero de los libros que conforman la trilogía Una comedia moderna, que a su vez se encuadra dentro del ciclo de Crónicas de los Forsyte (compuesto por tres trilogías y algunos relatos independientes). La puesta en escena de los acontecimientos que rodean a Michael Mont y su mujer, Fleur Forsyte, son una muestra elocuente de la facilidad para la creación de ambientes del premio Nobel inglés: sin caer en eternas digresiones o cuadros excesivamente detallistas, el autor se las ingenia para introducir al lector en un mundo complejo y exquisito, siendo así cómplice y testigo de los devenires cotidianos de los protagonistas.

El mono blanco da cuenta de la readaptación de una parte de la sociedad británica a los cambios que se produjeron tras la Primera Guerra Mundial; unos cambios mínimos, sutiles, pero que indudablemente marcaron el día a día de unas gentes que se aferraban a las tradiciones para encontrar su lugar en el mundo. Michael Mont es hijo de un baronet de abolengo con un patrimonio algo venido a menos; Fleur Forsyte es la predilecta de Soames Forsyte, abogado retirado poseedor de una cuantiosa fortuna. Ambos pasan los días sin mayores preocupaciones que no sean las de acudir a exposiciones, celebrar selectas veladas en su hogar y decorar su casa con cualquier clase de fruslerías que se les antojen. Michael trata de olvidar su participación en la guerra trabajando como editor, mientras que Fleur agota su spleen coqueteando con el mejor amigo de su marido y tratando de ser reconocida como una anfitriona exquisita.

El furor de vivir que surgió en el periodo de entreguerras se muestra en la novela con una crudeza que tiene tanto de bella como de descarnada: el matrimonio protagonista, cada uno a su manera, intenta olvidar unos años aciagos con actividades extemporáneas, con fastos que solo arrojan una tenue llama sobre unas vidas carentes de ambición. Sin embargo, será Michael el que se erija como referente en una obra en la que tanto las viejas generaciones, representadas por los padres de los protagonistas, como las nuevas parecen incapaces de asimilar los cambios a los que el mundo se ve abocado después del desastre continental.

Distintos personajes solo persiguen con ansia el afán de experimentar cosas nuevas, como una suerte de desafío a la apatía generalizada y a los problemas económicos y sociales que experimentaba Inglaterra en aquellos años. El cuadro del mono blanco se convierte de esta manera en un símbolo de esa generación que trató de borrar las huellas del pasado con una energía incontrolada; como uno de los amigos de Fleur afirma, cómete los frutos de la vida, esparce las cáscaras y que te pillen haciéndolo. Las convicciones más firmes y las creencias más arraigadas semejan caducas e imposibles de aplicar en un tiempo que desdeña cualquier recuerdo de los años aciagos.

Pero Michael, sensible y compasivo, se dará pronto cuenta de que el amor y el sentimiento (por los demás, por su país y por uno mismo) pueden ser referentes morales tan firmes como lo eran las antiguas convicciones de sus antepasados; como él mismo piensa, todas esas creencias solo están mudando la piel, convirtiéndose en mariposas. Será así como se enfrente a los devaneos de su mujer con su mejor amigo y como afronte las dificultades que le asaltarán en relación con su suegro. El caos que reina en la sociedad de los años de entreguerras, parece señalar el autor, no es sino fruto de unas mentes perdidas, desorientadas, pero tan llenas de recursos como han estado siempre.

John Galsworthy ofrece en estas páginas unos retratos magistrales de personajes: comenzando por Michael y Fleur, cuyas personalidades llegan a ser tan cercanos y queridos como seres de carne y hueso, y terminando por la gran cantidad de personajes secundarios que, con mayor o menos relevancia en la trama, asoman por la obra. El mono blanco es una deliciosa lectura que, afortunadamente para los amantes de la buena literatura, depara dos continuaciones con las que alegrarnos nuestras horas de lectura. Sin duda, una de esas obras que deben estar en nuestras estanterías.

Comentarios en estandarte- 0