Pasión por leer. Pasión por escribir.

Portada > Crítica > El-libro-de-las-bromas_113.html

El libro de las bromas

26 de diciembre de 2012. Alan Queipo

De la misma manera que hace unos años Aznar clamaba, vaso de vino en mano, aquello de “¿quién te ha dicho a ti que quiero que conduzcas por mí?”, Momus hace acopio de gallito y lanza, carcajada mediante, su particular réplica: “¿quién le ha dicho a usted sobre lo que yo puedo satirizar, parodiar y escribir?”. Y allí va: porque El libro de las bromas es el homólogo actual a lo que @masaenfurecida define a través de Twitter como “ES ETA”. No porque esté mal, sino porque él ha decidido que su caca-pedo-culo-pis se entronca a la perfección con los límites que impone al humor contemporáneo: ligereza y actualidad, surrealismo y brevedad, urgencia y sátira. Momus es un niño con papel y boli: aprovecha para mentar las guarreridas más trilladas y las rehabilita en un tinglado que parece convertir en héroes punks a los Monty Python, pasando del humor refinado o absurdo de Mr. Bean y colocándose más cerca de la literatura de chavalada erecta como Ben Brooks o del tour de force de algunos de los sketches de My Name is Earl o, simple y llanamente, de los cabezazos contra el ventilador de los Jackass más absurdos. Funciona tanto como un compilado de sketches de sitcom con continuación inmediata y/o como un grupo de cortometrajes para mayores de 18 años que aun se regodean del Síndrome de Peter Pan. La diferencia, si cabe agregar, es que aquí se quita de florituras y se dedica a ser explícito, perverso, guarro y, sobre todo, políticamente incorrecto. Como Aznar.

El libro de las bromas es la excusa que encontró Momus, alter ego literario del músico escocés Nick Currie, para hacer una alabarda de gags cómicos o chistes líricos bien desarrollados que funcionan, a su vez, como una suerte de arrebatos políticamente incorrectos y una vomitona de perversiones y anécdotas falsas pero de proyecciones realistas. Currie saca la guillotina y no se muerde la lengua: reúne a pederastas orgullosos, asesinos a sueldo, padres zoofílicos, jornadas de reflexión carcelaria, gracietas de YouTube aplicadas a los dramáticos entierros, razonamientos matemáticos y laberínticos para validar el incesto y la pederastia… Alterna los capítulos pares e impares para contar dos perfiles de anécdotas: las de su huida carcelaria junto a sus exiguos y limitados compañeros (el pederasta y el asesino) y la remembranza y nostálgicas pedanías de su disfuncional familia. Por allí, tanto en uno como en otro, Momus muta en un Sebastian Skeleton que relata sin pelos en la lengua y con bastantes ganas de potar peta-zetas un intenso recorrido que apareja la encriptación de chistes clásicos a una perversión filo-sexual que, curiosamente, cuaja a la perfección con ese laberinto de aventuras que acaba siendo el exilio mundano de una cárcel británica. Ese carácter tan ligero y actual como reversible nos ubica, a la vez, en la seriedad del bufón que se regodea de sus propios alegatos incorrectos, en el visceral lanzamiento de pedorretas literarias breves a modo de gags de la cultura popular occidental y en el relato en plan road movie surrealista de las andanzas de un trío-calavera psicótico y supuestamente peligroso que acaba saltándose las normas de la legalidad (otra vez) con nuestro permiso y apoyo. Como Aznar, otra vez. Que ES ETA. ¡Viva el vino!

Comentarios en estandarte- 0