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El Incongruente

07 de octubre de 2010. Carolina León

Esos que éramos cuando niños. Esos que tenían la capacidad para pasar horas mirando el dibujo de la arena con las olas retirándose cada pocos segundos. Esos que encontrábamos motivos para maravillarnos en todos los amaneceres, en todos los relojes de pared, en todas las piedras del camino, en todos los surcos que el agua de lluvia hacía en nuestras aceras y en nuestros abrigos. Esos de los que se espera que, algún día, crezcan, y se olviden de la poesía de la vida, y entiendan que el mundo está hecho de fórmulas matemáticas y asientos contables. Esos éramos Incongruentes, a la manera del protagonista de este libro. Y no queremos decir que Gustavo, El Incongruente, sea infantil, sino que guarda aquella forma de enfrentarse a la vida que tienen los que no cuentan con explicaciones para todo. Novela sin novela, con muy poca hilazón, nos hace navegar entre sus capítulos inconexos para re-enseñarnos una nueva forma de observar el mundo que no es tan nueva, que es la de un niño, y que está por tanto simplemente olvidada.

Gustavo es un ser que sabe de la atracción que ejerce sobre lo raro y maravilloso (aquí, lo “incongruente”) pero, como todos los demás seres, es un ser necesitado de cariño. De una forma lisa e inocente, un gran número de páginas de esta novela-no-novela está dedicada a las andanzas de este extraño ligón que no busca a las mujeres, que se las encuentra, y que ha de zafarse de sus muy congruentes deseos de darle caza para “siempre”. Otro tercio, a lo menos, de su duración, está dedicado a descripciones regocijantes, extravagantes, de su relación con un universo objetual que no se deja domesticar, con relojes que enseñan las tripas, mesas que arden solas o motocicletas que deciden por su cuenta el camino a seguir. Y otro buen montón de sus peripecias tiene que ver con intentar salir airoso de las incongruencias, o del choque cruel de los mundos de los adultos normales y los que no lo son. Julio Cortázar escribió, en 1977, que Ramón sigue estando en el aire, de nuestra literatura actual (la de entonces y la de ahora, merced a esta reedición que pone de manifiesto la necesidad de un poco más de poesía y sentido de la maravilla en nuestra relación con la prosa), presente pero invisible como el aire. A El Incongruente se le coge el gustillo despacio, muy demoradamente, y para cuando te has acostumbrado a su forma desusada de relacionarse con el mundo, sinceramente deseas que las viñetas de sus incongruencias encantadoras no terminen nunca. Pero no: “siempre” es, aquí, una palabra prohibida.

(Editado por Blackie Books)

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