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El deseo de lo único

30 de abril de 2013. José Martínez Ros

(“En todos los países del mundo hay devotos de Marcel Schwob que constituyen pequeñas sociedades secretas.” Jorge Luis Borges)

Entre los fans irreductibles de Marcel Schwob (1867-1905) no sólo hay que contar a Borges, también a Alfonso Reyes, Roberto Bolaño, Pierre Michon, Stanislav Lem o Enrique Vila-Matas. Con un grupo tan distinguido de "devotos", quizás valga la pena acercarse a la obra de este francés de origen judío, morfinómano, decadentista y simbolista, acérrimo enemigo del realismo, enormemente culto y, por su parte, admirador obsesivo de Robert Louis Stevenson –hasta el punto de emprender un viaje de rasgos pesadillescos, que cerca estuvo de costarle la vida, a los Mares del Sur, donde descansa para siempre su ídolo- y, sobre todo, autor de una obra no demasiado extensa, pero donde hay que rescatar, al menos, tres concisas obras maestras: Retratos imaginarios, una colección de biografías reales y ficticias que han inspirado a posteriori otras muchos libros, desde la Historia universal de la infamia a La literatura nazi en América; El libro de Monelle, donde relata su relación con una prostituta adolescente (Monelle) con una prodigiosa, alucinada, intensidad verbal; y, por último, La cruzada de los niños, donde recoge la vieja leyenda medieval y cuya estructura a base de monólogos entrecortados copió y amplificó Bolaño en Los detectives salvajes.

Ahora, gracias a la editorial Páginas de espuma y al empeño de uno de los muchos schwobistas dispersos por el mundo, el escritor Cristian Crusat, nos llega El deseo de lo único, una selección de ensayos, prólogos y artículos que nos ofrece un panorama intelectual, la “teoría de la ficción” de un autor tan desconocido como influyente. En El deseo de lo único hay una extensa entrevista novelada, pequeños estudios sobre Flaubert, Shakespeare y Thomas de Quincey, un autor que admiraba y con el que tiene mucho en común, un ensayo sobre el arte de la biografía y la risa, un ensayo acerca  de Villon, el gran poeta maldito del medievo francés y un diálogo al estilo platónico en el que Schwob utiliza como portavoces de sus ideas sobre el arte y la belleza a Dante, Calcavanti y Boticcelli. Podemos apreciar su amor por la literatura grecolatina y las tragedias shakesperiana en la que veía un modelo de literatura dirigida a conseguir la emociones más intensas, la piedad y el horror; su rechazo frontal a la novelas psicológica de la época y al determinismo cientificista; su idea fundamental de que el arte es, justamente, “ contrario de las ideas generales”, pues se ocupa, ante todo, de lo individual, de lo único, de lo marginado, de lo solitario.

Para los asiduos a Schwob, El deseo de lo único es una lectura obligada; para los desconocedores, una nueva posibilidad de acercarse a la literatura de uno de los padres de la modernidad.

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