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El crimen del padre Amaro

11 de junio de 2012. Sra. Castro

José Maria Eça de Queirós supo, como muchos contemporáneos suyos, plasmar en sus obras los cambios que la sociedad de la segunda mitad del siglo XIX experimentaba. Los avances científicos, la cuestión social y la asunción común de las ideas ilustradas transformaban a marchas forzadas las creencias de la mayoría, a pesar del inmovilismo de algunos.

Dentro de ese contexto, El crimen del padre Amaro viene a señalar el empeño de la Iglesia Católica en mantener su dominio, no tanto sobre las almas como sobre la existencia material y terrena de la población. Sirviéndose de la historia de la seducción de una joven por parte de un cura, Queirós muestra cómo los eclesiásticos vivían más preocupados por mantener sus prebendes e intervenir en intrigas políticas o románticas, que en cumplir los preceptos que dictan la vida eclesiástica y el sacerdocio.

Mientras se nos da cuenta de la pasión carnal que devora al padre Amaro y de sus ardides para conseguir los favores de la hermosa Amelia, una dura crítica contra el stablishment de la época rezuma de las páginas de esta magistral novela. El clero, a pesar de las reformas liberales, seguía teniendo en sus manos grandes parcelas del poder temporal: los curas conseguían votos y, en consecuencia, tenían un importante peso en la vida política. Pero, además, tenían un poder indirecto sobre cualquier asunto terrenal gracias al dominio que ejercían sobre las conciencias, decretando que era “bueno” y que era “malo”.

Queirós presenta una batería de personajes secundarios que, además de tener importancia en el desarrollo de la trama principal, contribuyen a recrear esa sociedad donde los confesores eran tiranos que podían destruir vidas (como la del joven prometido de Amelia). Los políticos, terratenientes y nobles sabían de la necesidad de la religión como el opio que adormecía al pueblo llano. Y una religiosidad mal entendida, alimentada por curas poco escrupulosos,  era el pasatiempo de las mujeres burguesas, sin otro horizonte intelectual que inventar pecados y practicar ayunos.

Y si la mayoría de los personajes están bien trazados y representan a la perfección los vicios de una sociedad pacata, cabe sin embargo destacar la falta de desarrollo de la protagonista femenina. Amelia es seducida por la buena planta del padre Amaro y se la esboza como una mujer sensual que no sabe oponer resistencia al placer de los encuentros fortuitos con el cura. Pero al tiempo se nos describe como una muchacha beata, muy temerosa de las penas del infierno. Por desgracia, se omite la descripción de la lucha interior que suponemos ha de darse la joven, sus razonamientos para entregarse en brazos de un sacerdote a pesar de sus fuertes creencias religiosas. Por desgracia, Amelia es poco más que  el cuerpo hermoso que hace enloquecer de deseo a Amaro. Su arrepentimiento posterior carece de fuerza y la mansedumbre con la que acepta las disposiciones del sacerdote resulta en ocasiones artificial.

Y es que si Eça de Queirós, como otros autores de la época, denunció con sus novelas las costumbres de una sociedad inmovilista, fue incapaz de plantear con total ecuanimidad la cuestión femenina. Amelia es un personaje sin especial relieve pero, como no podía suceder de otra manera, será duramente castigada al final de la obra. Como todas las mujeres que desobedecen la regla establecida, pagará caro el precio de sus actos; mientras, como de costumbre, el hombre quedará exculpado.

Evidentemente, el escritor daba voz a las preocupaciones de su tiempo, entre las que no se planteaba la posibilidad de una mujer emancipada. Por lo mismo, es necesario tener presente que Queirós no era un anticlerical, sino que apostaba por  una religión liberal en armonía con el progreso y la ciencia.  Aunque El crimen del padre Amaro denuncie los pecados de la Iglesia, no deja al tiempo de señalar la necesidad de una religiosidad sencilla en la que los curas prediquen al pueblo la existencia de un Dios bondadoso, frente al Padre Eterno vengador con el que amedrentan a sus fieles. Esa Iglesia luminosa, caritativa y humilde la representa al final de la novela el abad Ferrão, ejemplo del buen cura frente a la lubricidad de Amaro.

El crimen del padre Amaro es la denuncia de aquellos que, teniendo por su posición la oportunidad de llevar el progreso y la felicidad a los pueblos, se encastillan en el conservadurismo con la única finalidad de mantener sus privilegios. Y al mirar en derredor, son incapaces de ver las miserias morales y físicas que su actitud genera. Todavía hoy quedan de esos.

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