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El chico que nunca existió

21 de marzo de 2016. Sra. Castro

Poco prolífico, pero siempre interesante, Sjón es un escritor al que conviene seguir la pista. Sus novelas, de temáticas variadas pero siempre originales, desvelan una forma de entender la literatura que no abunda entre los escritores contemporáneos. Sjón concibe la novela todavía como una forma artística de expresión, donde el escritor usa una historia para contar algo que, de alguna manera, solo le atañe a él; pero, gracias al arte y debido a su capacidad para usarlo, logra que aluda también al lector, probablemente por aquello de «nada de lo humano me es ajeno».

Con todo, El chico que nunca existió es la más floja de sus novelas hasta ahora. La novela pretende ser un homenaje a su tío Bosi, sin embargo, el protagonista no es su tío sino, precisamente, un muchacho que nunca existió. La novela recoge las andanzas por Reikiavik de un adolescente cuando la Primera Guerra Mundial está a punto de finalizar. Máni Steinn tiene dieciséis años, vive para ver películas de cine y es homosexual. Sin más familia que una tía abuela que lo recogió de niño, Máni vagabundea por las calles de la ciudad y se saca algo de dinero para pagar las entradas de cine prestando servicios sexuales a hombres maduros.

A pesar de este planteamiento, nada hay en El chico que nunca existió de sórdido. Quizá porque el autor no pone el acento en esos contactos esporádicos, sino en la importancia que tiene para un joven solitario al que todos han dado de lado desde la niñez las historias que brotan del haz de luz que hiende la oscuridad de la sala de cine.

Hasta que en la ciudad brota una epidemia de gripe española que lo trastorna todo. Máni dejará sus indolentes callejeos para ayudar a un médico a atender a los contagiados en un Reikiavik asolado por la enfermedad. Y compartirá la experiencia con una joven que, con esa capacidad de mezclar realidad y ficción que sólo se tiene en la adolescencia, parece brotada de una de esas películas que han sido su única vía para huir de la vida pequeña de la pequeña ciudad. Cuando, superada la crisis de una epidemia que diezmó la ciudad, Máni se ve envuelto en una situación comprometida, una inesperada salida se abre ante él. Como si la vida le quisiera recompensar por su trabajo durante la epidemia, o tal vez por haber pasado sus pocos años en soledad.

Una década más tarde, Máni regresa a Reikiavik convertido en otro hombre. Vive en Inglaterra y trabaja en la industria del cine. La vida ha sido generoso con él, aunque en sus primeros años lo tuvo todo en contra. Máni es el chico que nunca existió, pero con su historia Sjón ha dado una biografía a todos esos muchachos oscuros, rebeldes, a los que la sociedad condena y vuelve la espalda.

Con la hermosa sobriedad a la que nos tiene acostumbrados, el escritor islandés construye una historia bien trabada, pero falta de ese aire mitológico que da brillo a sus otras novelas. El Skugga-Baldur, un ser mitológico del folclore islandés; un argonauta; un precursor de la ciencia moderna en los tiempos en que los mitos aún eran reales... esos son los protagonistas de las anteriores novelas de Sjón. Mientras El chico que nunca existió parece demostrarnos que hemos acabado con los mitos, que ya solo perviven en tiras de celuloide.

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