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El camino de San Giovanni

20 de agosto de 2012. David Cano

Que la vida fuera también derroche, esto mi madre no lo admitía: es decir, que fuera también pasión... Sin incertidumbres, ordenada, transformaba las pasiones en deberes y así vivía... y, para mí, más que la definición de deberes que me iría imponiendo era pasión feroz, dolor de existir..., confrontación desesperada de lo que queda fuera de nosotros, derroche de uno mismo opuesto al derroche general del mundo.

Asomarse, balaustrada literaria asida, a los pensamientos videntes, elásticos, linces y poliédricos que Italo Calvino enarbola hacia un cielo abierto de sentido, que después los desmenuza con distinta paciencia y que más tarde esparce por sus páginas, festín para el lector empedernido, es una experiencia algo más que sugestiva, es reveladora, especialmente para estos días de calor en los que uno cree tener el cerebro frito. Nada como leer al italiano para hacer algo más de gimnasia mental que la que nos deja el inclemente tiempo además de para contar resoplidos y fatigas, nuestros varios suspiros.

Su capacidad lúdica para juguetear con las palabras, verdad y divertimento simbólico, reclaman la atención de cualquiera, por muy plof que uno se encuentre, para un cosquilleo placentero que deviene ejercicio casi aeróbico entre cognición, especulación y lenguaje. Y, con una simpática sencillez, ésa que siempre dice más de lo que parece, nos regala, nos confía, algunos de los secretos más importantes de nuestra esencia y de nuestra relación con el mundo. De nuestro sentido y de nuestros sinsentidos. Competencia comunicativa, poética y retórica y esa maestría para apuntalar, naturalmente, los mecanismos conceptuales que preservan los universos simbólicos que nos sostienen. Todo ello contenido en esa habilidad tan suya de asaltar, recorrer y rodear las ideas, iluminándolas, acertando siempre a señalar lo que de ellas y en todas direcciones y desarrollos dimanan. La luz blanca de Italo Calvino.

Siruela, que en su Biblioteca Calvino atesora esos lúmenes y colecciona muchos de los títulos del autor, acaba de editar El camino de San Giovanni, un trabajo de actualización, redefinición y reconstrucción de recuerdos. Un vertido, una meditación, un derramamiento memorístico (y la consideración de muchos afluentes, toboganes y turboganes) a través del cual la lucidez y la acción creativa da varias vueltas de campana para repasar una serie de episodios vividos, pensamientos amanecidos, algún otro ligeramente zarandeado o circunstancias vitales sobre las que Calvino escribió entre las décadas de los sesenta y los setenta.

Y que, con ese interés ex profeso de nombrarlos ejercicios de la memoria (detonadores de nuevos efectos en el presente) y de los presumibles ocho que serían, su descendencia tuvo a bien recopilar para más tarde publicarlos en la forma de libro. Cinco son los que se recogen en este volumen y, con esa precisión luminaria tan característica que funde literatura en fabulación con inferencias microsociológicas, sobreentendidos y presuposiciones del ámbito de lo no dicho, intersubjetividad convenida y un buen catálogo de conceptos semiológicos y estructuralistas, inundan de magia lingüística y filo-lógica, de filosofía de la vida cotidiana y de tino narrativo estas remembranzas y nubes de recreo estilístico mixto.

Como esos retazos de incómoda adolescencia, no exentos de dulzura, que se filtran en El camino de San Giovanni, uno que cruzaba con su padre y a partir del cual riega otra serie de pequeños brotes que en la forma de recuerdos es todo reverdecer hasta ser tallo, como su propia pasión por la escritura. El delicioso Autobiografía de un espectador, en lo que es su reposición como aficionado al cine, cómo lo recibía y lo asumía, qué expectativas tenía en él o de qué forma lo consumía (donde aprovecha también para entonar alguna visión crítica); el muy ocurrente y recreativo La poubelle agréée, una disertación sensible a partir del qué y el porqué de un cubo de la basura para medir la elasticidad de este registro consuetudinario e ir mucho más allá o el fascinante Desde lo opaco, un viaje elevado a la ene sobre la irreversibilidad del sentido y sus puntos cardinales. Placer mnémico-crítico fabulado para el pensamiento refrescado. Y refrescante. Pruébenlo, mucho mejor que un parque acuático.

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