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Los tres mosqueteros
29 de noviembre de 2011. Sr. Molina
Qué duda cabe de que entre las grandes obras de la literatura, entre ésas que cualquiera podría citar sin pestañear, está Los tres mosqueteros; puede, eso sí, que esto se deba en parte a méritos que van más allá de lo literario, ya que las innumerables adaptaciones al cine, al teatro o a la televisión han logrado que la repercusión de esta novela vaya mucho más allá de lo meramente conocido.
Alexandre Dumas nos narra en esa pintoresca historia la primera aventura de un joven gascón, D’Artagnan, y de tres compañeros de armas que se convertirán en fieles amigos: Athos, Porthos y Aramis. Recién llegado a París desde su hacienda natal, D’Artagnan ansía entrar a servir en el cuerpo de mosqueteros del rey; para ello, su padre le encomienda a m. de Tréville, el capitán de ese cuerpo del ejército. Sin embargo, ya en su viaje hacia la capital el joven protagonista tendrá un encuentro con un misterioso hombre embozado y una bella dama que marcarán de manera decisiva el porvenir del muchacho. Ahí da comienzo una sucesión de aventuras que mantienen en vilo al lector de principio a fin, sin dar apenas un minuto de tregua a lo largo de los cientos de páginas de esta historia.
Los tres mosqueteros es un folletín del principio al final, con lo mejor y lo peor que ello conlleva: por un lado, tenemos acción a raudales, peripecias imposibles y tramas llenas de valor, orgullo y honor; por otro, tenemos un argumento que se basa en las casualidades, las anécdotas y cuya estructura narrativa está pensada para la lectura interrumpida, por lo que el ritmo y la unidad son bastante mejorables. La novela es un cúmulo de situaciones imposibles, de encuentros insospechados, de parentescos olvidados y de enemigos impensables; un rosario de persecuciones, combates, duelos, secuestros y lances amorosos; un compendio, en suma, de momentos difíciles de aceptar como verosímiles y de escenas que se tambalean en la fina cuerda de la credibilidad (e incluso rozan el sentimentalismo más ramplón).
¿Por qué, pues, merece la pena leer Los tres mosqueteros? En primer lugar, por la frescura de la que hace gala: precisamente su carácter de folletín hace del texto una historia inocente, basada en los grandes valores del género humano y preocupada por divertir al lector, sin más. En segundo, por la humanidad de unos personajes que, siendo como son auténticos arquetipos (D’Artagnan el joven osado; Athos el hombre maduro y reflexivo; Porthos el bromista y bravucón…), no dejan de mostrarnos una y otra vez rasgos que los convierten en personajes creíbles y cercanos. Valga como ejemplo la escena en la que D’Artagnan viaja a Londres para advertir al duque de Buckingham de una posible trampa: anonadado, descubre que al noble sólo le importa su relación con la reina de Francia muy por encima de las preocupaciones de su pueblo; el joven advierte entonces que, en ocasiones, la suerte de los hombres está en manos de gentes que desdeñan y olvidan cualquier necesidad.
Merece la pena adentrarse en Los tres mosqueteros porque Dumas era un gran escritor y un conocedor del alma humana, por lo que las aventuras de los cuatro amigos, aunque inverosímiles algunas veces, son un divertimento exultante, pero también un recorrido por distintas facetas del comportamiento: desde los celos a la amistad, pasando por el honor, la cobardía o la prudencia. Si a todo ello le sumamos la grandeza de unos personajes que se graban a fuego en nuestra memoria literaria, sólo podemos convenir en que novelas como ésta deben pasar por nuestras manos sí o sí. Si no han tenido el placer de embarcarse en esta gran aventura, nunca es tarde para empezar.