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La tienda de antigüedades

08 de noviembre de 2011. Sr. Molina

La tienda de antigüedades es una de las primeras novelas de Charles Dickens, publicada, como muchas otras, por entregas en la revista Master Humphrey’s Clock. En ella encontramos características típicas de las obras del maestro inglés: protagonistas múltiples, de acusadas idionsincrasias, aventuras que se desarrollan a buen ritmo y que mantienen en vilo al lector y una mirada afectuosa sobre los miserables, los golpeados por la vida.

La novela narra la historia de una joven, Nell, y su abuelo, propietario de una tienda de antigüedades, que se ven obligados a errar por los caminos después de que un malvado usurero, Quilp, les arrebate sus posesiones. Al tiempo, también conoceremos las desventuras de Kit, un muchacho que servía en el comercio de los protagonistas y que jugará un papel importante en el devenir de los acontecimientos. Los viajes de la joven y el anciano, junto con las vicisitudes de su antiguo empleado, llevarán la historia hacia un desenlace curioso, aunque también predecible.

Este último punto es bastante propio de las obras de Dickens. Como en otros textos, es palmario el interés por “hacer justicia” mediante la literatura para con los menos afortunados; en este caso, Kit será el personaje que, tras arrostrar numerosas dificultades, consiga alcanzar un estatus respetable y una posición cómoda en su vida. Asimismo, Nell y su abuelo serán la nota de pesar en el libro, ya que sus circunstancias serán penosas en extremo, hasta el punto de verse obligados a mendigar por los caminos para sobrevivir. Los temas recurrentes en Dickens, como la pobreza, el honor, la justicia o la amistad, aparecen ya aquí con notable fuerza.

Sin embargo (quizá por el hecho de ser una obra temprana), La tienda de antigüedades no es una gran novela. Adolece de falta cohesión, de una fragmentación excesiva: las escenas no se suceden con demasiada naturalidad y la soltura del escritor inglés para manejar una miríada de personajes no está presente en esta ocasión para conseguir un todo solvente. El desarrollo se ve torpedeado por capítulos que interrumpen momentos interesantes, para llevar la narración hacia uno u otro protagonista, y perdiendo de vista todo lo anterior durante docenas de páginas; el ritmo se ve frenado por esta circunstancia y el efecto sobre el lector es de confusión.

Además, los personajes secundarios, que Dickens perfila con genialidad inigualable, no hacen aquí acto de presencia. Tenemos algunos muy prometedores, como el abogado Brass o su hermana, que aun teniendo un papel fundamental en la historia, no atesoran una personalidad sugerente: los rasgos arquetípicos son excesivos, y los dobleces de su idiosincrasia brillan por su ausencia. Aunque el escritor suele abusar de los protagonistas planos, lo cierto es que también consigue que tengan un rasgo de humanidad que los hace distintos, cercanos; en La tienda de antigüedades hay malos muy malos (Quilp) y buenos muy buenos (Nell), pero su psicología no es tan honda como la de otros grandes personajes del autor.

Con todo, y como ocurre a menudo en el caso de los grandes genios, Dickens se sobrepone a estos defectos y urde una gran novela, con algunos momentos hilarantes y otros de gran carga dramática. Las últimas páginas son, incluso para él, demasiado ramplonas y sentimentales, pero teniendo en cuenta que hablamos de una novela de casi 800 páginas no es un lastre excesivo para los lectores que gusten del sabor clásico. 

 

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