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Cartas de África

27 de diciembre de 2011. Manuel De la Cruz

A Arthur Rimbaud se le conoce fundamentalmente como poeta maldito, pero, con un poco más de suerte, quizás su nombre podría haber aparecido entre los grandes aventureros que recorrieron el continente africano durante el siglo XIX. Tras una relación tormentosa con Verlaine y unos años vagando por toda Europa, Rimbaud recala en el Cuerno de África donde desarrollará los trabajos más variopintos, incluido el tráfico de armas. Pese a su espíritu emprendedor, la suerte no le acompañó y sus proyectos terminaron casi siempre en fracaso, unas veces por elegir mal a sus socios, otras, por los interminables problemas burocráticos. Así, poco a poco su vida se convirtió en una temporada en el infierno; su salud se fue deteriorando y lo que pensó que eran varices y reumatismo en una rodilla acabó con la amputación de la pierna en su regreso final a Francia. Pese a todo, hasta el último día no abandonó la idea de continuar su aventura africana. La década que permaneció en el Continente Negro (entre 1880 y 1890) el poeta “maldito” mantuvo correspondencia con diversas personas (principalmente su familia) en las que escribió sus sentimientos y penurias recogidos en Cartas de África (Gallo Nero Ediciones). “Me encuentro demasiado cansado, no tengo trabajo, tengo miedo de perder lo poco que poseo… Imaginaos que he de llevar continuamente conmigo dieciséis mil y pocos francos de oro, que pesan unos ocho kilos y que no son precisamente de ayuda para mi disentería”, confiesa a sus amigos en 1887 después de contarles sus múltiples dolores, sus “travesías por mares y viajes a caballo, en barca, sin ropa, sin víveres, sin agua…” y llegar a reconocer que su existencia “ha fracasado”.

Sus cartas, entusiastas en un principio con la idea de hacer mil y un negocios, poco a poco se tornan amargas debido a “la mala alimentación, los alojamientos malsanos, la ropa demasiado ligera, los problemas de todo tipo, el aburrimiento, la rabia permanente”. En la última recogida en el libro (a su madre), a punto de volver a Francia y en medio de inmensos dolores, se lamentará: “Es una triste recompensa después de tanto trabajo, privaciones y penas ¡ay, qué miserable es nuestra vida!”.

La edición, bilingüe, se completa además con ilustraciones del autor que más tiene en común con Rimbaud: Hugo Pratt, el creador de los cómics de Corto Maltés. No sólo porque los dos pasaran parte de su vida en Etiopía (Pratt vivió allí en su infancia acompañando a su padre, que era funcionario y fue trasladado allí en 1937) e, incluso conocieran a personas comunes (como a Monseñor Jarosseau), sino porque ambos tuvieron ese espíritu emprendedor que les acompañó toda su vida y les llevó a recorrer mundo.

Fuera del cómic, lo mejor de Pratt son, sin duda alguna, sus acuarelas y en 1991, cuando se publicó por primera vez Cartas de África con motivo del centenario de la muerte del poeta, no podía haber otra persona más indicada para ilustrar la obra. Son diez bellísimas aguadas que dan valor añadido a los textos de Rimbaud y que muestran el conocimiento del autor de la región, a la que regresaría en su madurez.

La edición de Gallo Nero mejora la original de Nuages al incluir cartoné. Lástima de alguna errata en los textos que chirría un poco (como traducir “francos” por “euros”). Pese a ello, muy recomendable. Ojalá la editorial continúe publicando títulos de la misma colección de Nuages, que además de otros títulos con ilustraciones de Pratt (Poesía de Rudyard Kipling y Sonetos eróticos de Baffo) incluye textos clásicos de Stevenson o Dante ilustrados por autores como Mattotti, Moebius, Toppi o Crepax.

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