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Cinco llaves del mundo secreto de Remedios Varo

25 de octubre de 2016. Luis Manuel Ruiz

LA OBRA. Siempre en estancias vacías, con suelo de ajedrez, personajes solitarios realizan tareas que no es posible comprender a primera vista. Uno arregla relojes mientras contempla la ventana; otro disecciona pájaros sobre un tablero cubierto de herramientas; otro hila un ovillo de cuya punta se devana la sombra de un hombre, de un fantasma, de un recuerdo. Ninguno de esos protagonistas es hombre del todo; uno es un extraño híbrido de adolescente y ave, otro muestra rodelas y engranajes en los puntos que deberían ocupar las articulaciones, e incluso los más corrientes, los más cercanos, muestran un semblante de cera o talco que los aleja extrañamente de los rostros que estamos habituados a presenciar todos los días. Después, están los paisajes: los bosques, las ciudades. Junglas de barro o helechos que envuelven a los principales personajes del drama intentando borrar sus contornos, alimentarse de su precaria identidad; calles y barrios y patios y terrazas apilados unos sobre otros, en una curiosa distorsión de la perspectiva que niega toda salida. Un aire incierto a desvarío, a sueño, a revelación; un secreto a punto de brotar en la punta de la lengua y que inmediatamente se desvanece. Signos.

LA AUTORA. Remedios Varo y Uranga nació en Gerona en 1908 y se ejercitó como pintora en su Cataluña natal hasta los veintitantos años. En la Barcelona que orillaba la Guerra Civil, practicó el surrealismo, o una variante ibérica del mismo que le habían permitido desarrollar intermitentes visitas a París y un fugaz contacto con los principales mandarines del movimiento. De esta fecha y de su relación con artistas de uno y otro lado de los Pirineos, como Óscar Domínguez, Esteban Francés y Marcel Jean, datan sus primeras obras conocidas: collages de época, no demasiado distantes de esos jugueteos de Ernst o Ray que pueblan célebremente los libros de historia de las vanguardias y donde recortes de revista convierten brazos en pistolas que son sombreros que son perfiles de mujeres que son paisajes vistos desde la lejanía. Expulsada por la guerra, Varo huye a París, en que la ortodoxia surrealista, más que incentivar su creatividad, la asfixia: ella misma contará, años más tarde, cómo se sentará cohibida a la mesa del Café de Flore sin posibilidad de replicar una sola sílaba, en presencia de tantos artistas tremebundos. La guerra, encarnada esta vez en la Alemania de Hitler, vuelve a pisarle los talones y ella vuelve a huir: esta vez a México, donde coincidirá con parte del exilio republicano español y con parte del otro, surrealista y europeo, y donde se relacionará, entre otros, con la pintora con la que suele confundirse y a la que la ligan más vínculos existenciales y temáticos, Leonora Carrington. La eclosión surrealista en México no tuvo más remedio que sentar las bases para posteriores desarrollos autóctonos, como el de Frida Kahlo: entre sus ciudades y desiertos, amparada por un benévolo mecenazgo, Remedios Varo pudo dedicarse a la tarea exclusiva de explorar su arte y entresacar de sus pesadillas, vacilaciones, atisbos, todo lo que había que alegar. Un ataque al corazón la mató prematuramente, a los cincuenta y cinco años, dos semanas después de terminar su último cuadro y de que un sueño lleno de flecos tratara de advertirla de algo.

EL LIBRO. Hasta la fecha, antes de la publicación de Cinco llaves del mundo secreto de Remedios Varo, el lector contaba con dos fuentes escuetas para asomarse a su vida y obra. Una, el monumental Catálogo razonado de Walter Gruen y Ricardo Ovalle, que recorre uno a uno sus trabajos pictóricos y literarios, al menos los que se conocen, y les da fecha, aclara su génesis y objetivos y los enmarca dentro del panorama del universo de la autora. Otra, la biografía de Janet A. Kaplan, Unexpected Journeys: the Art and life of Remedios Varo, el único intento registrado, hablando con propiedad, por establecer un hilo conductor entre los sucesos, logros y agonías que jalonaron la existencia de la pintora y le dieron un puesto capital en la historia del surrealismo americano, europeo y mundial, aunque esto, lo del surrealismo, se preste a muchas matizaciones. El problema que plantean ambos libros, el de Gruen/Ovalle y el de Kaplan, es que son difíciles de encontrar, caros y muy especializados. Por tanto, este volumen de Atalanta, compuesto por siete de los mayores especialistas en el asunto, tiene todo el derecho de erigirse en el libro de primera mano, el título por excelencia, en torno al mundo, singular y resbaladizo, de Remedios Varo y todos sus afluentes y recovecos, que son muchos. Contribuye a ello, aparte de la calidad de los artículos, la cuidadísima selección de ilustraciones, lienzos reproducidos con una nitidez de catálogo que puede servir al curioso, también, como álbum de láminas en que empaparse de la personalísima atmósfera de la autora.

LOS CAPÍTULOS. Aparte de una cronología, que servirá para contextualizar los principales acontecimientos de la vida de Varo y encajarlos en su producción, el volumen consta de seis secciones, dedicadas a los diversos ángulos desde los que ésta puede ser abordada. Puesto que una de dichas secciones es una ampliación de otra previa, el contenido reproduce lo que ya anuncia el título y, por tanto, nos hallamos frente a un intento de interpretación ramificado en cinco vías, claves o llaves de lectura. La llave arquitectónica, de Peter Engel, traduce el interés por el urbanismo, las galerías, los pórticos, las arcadas que pueblan los cuadros de Varo y les sirven de decorado. La llave surrealista, a cargo de Janet A. Kaplan, es quizá la más evidente de todas: más por afán de clasificar que de penetrar en profundidad el sentido de su mensaje, las escenas de Varo suelen ser despachadas sumariamente como surrealistas y el intento de análisis suele diluirse en una previsible comparación con autores de uno y otro lado del Atlántico como Ernst, Carrington (sobre todo), Magritte o Kahlo; en este sentido, la aportación de Kaplan consiste en elucidar las relaciones de la autora con el movimiento, sobre todo durante su estadía en París, antes del divorcio definitivo y de hallar su senda individual en la etapa mejicana. La llave literaria, troceada en dos partes entre Jaime Moreno y Sandra Lisci, revisa la biblioteca privada de Varo, donde abundaban la poesía y el ensayo metafísico, y rastrea citas y subrayados entre los paisajes de sus telas. Algo similar a lo que realiza Fariba Bogzaran con sus sueños en la llave onírica: se da la circunstancia de que la pintora tenía el hábito de anotar sus visiones nocturnas y de tratar de analizarlas, buscando signos y correspondencias; esto explicaría la fuerte carga simbólica de muchos de sus trabajos.

EL ESOTERISMO. Pero la piedra de toque del volumen es, sin lugar a dudas, el primer ensayo, a cargo de Tere Arcq, y centrado en la tradición esotérica. Suele descuidarse, por no decir que ni mencionarse siquiera, que Remedios Varo estaba muy interesada en el hermetismo, algunos de cuyos clásicos engrosaban su biblioteca, y que de manera irregular, en París y luego en México, estuvo vinculada al círculo de Gurdjieff. Mirados desde el prisma de las enseñanzas del santón georgiano, muchas de las propuestas de Varo cobran un nuevo relieve: así, todas las imágenes de híbridos entre hombre y máquina, que corresponderían al estado (según Gurdjieff) en que el individuo aún es inconsciente de sus propios impulsos y se entrega al automatismo de la carne; así, la importancia de la música en diversos lienzos, verdadera potencia primigenia que ayuda a animar el universo y le sirve de cifra y cartografía; la presencia expresa, en diversas escenas, del eneagrama, el esquema fundamental que para Gurdjieff resume el movimiento de fuerzas cósmicas y a la vez personales; incluso el particular evolucionismo según el cual el ser humano constituye sólo un instrumento en manos del planeta Tierra en vista a alimentar la luna y hacer de ella un mundo renacido. Sólo por este breve texto de setenta páginas, que abre merecidamente la antología, su lectura, su compra, su relectura, su presencia en el mejor de nuestros anaqueles está más que disculpada.

Un logro más de Atalanta. Y uno pierde la cuenta.

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