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Cartas de amor

29 de julio de 2013. Alan Queipo

Antes de los emoticonos del MSN Messenger o del WhatsApp, de los hashtags para definir el amor en escasos caracteres y de las declaraciones virales de un amor con etiquetados en imágenes virales, existía el amor utópico, místico e idealista de los desconocidos. Desconocidos que, parecía, se conocían por las líneas: que no se buscaban en Facebook y preguntaban al amigo de la novia de su primo a ver si esa persona que le (sic) correspondía literariamente era un cardo borriquero o una conejita pin-up de golosas cachas. Desconocidos que hacían el amor a través de las páginas, que calentaban el ambiente y que servían el plato a la postre, después de engordar páginas, de la dulce espera del timbre y el buzón de correos, de la selección de sellos postales. Así lo vivían, especialmente, los escritores: y entre ellos, un poeta de las sombras, uno de los primeros malditos del siglo XX e influencia de toda una serie de realistas a los que también les hubiera gustado compartir correspondencia con él, aunque la tensión sexual y el amor efímero no se hubieran correspondido de tal manera.

La Editorial Siberia desencajona para una de sus primeras referencias la correspondencia de Dylan Thomas con sus amores descubierta por su esposa y gran amor, Caitlin MacNamara. Y es que, a diferencia de la imaginería romántica de Virginia Woolf con los suyos, Thomas escribía de puño a letra a sus groupies o musas ordinales, pasaba los días con una mano en su copa de whisky y con la otra esculpiendo auténticos tratados románticos, conversaciones efímeras, en la dulce espera de la respuesta en manos del cartero. En su casa, el cartero ha llamado varias veces, y no ha sido Bukowski en aquella experiencia: han sido los giros postales que ha protagonizado con sus amadas, efímeras, furtivas o residentes, los que componen el retrato más explícito, confesor, verborreico e impulsivo del poeta. Un poeta que aquí intercambia parabienes (antes, durante o después de un cortejo siempre consumado) con hembras, muchas de ellas groupies insistentes pero la mayoría con un afán por rodearse de un mundo artístico, creativo o lírico que conjugan a la perfección con la bohemia de Dylan Thomas. Hablamos de figuras como Caitlin MacNamara (su amor más pasional y destroyer, y el que más gozo, dolores de cabeza e idas y venidas le ha dado al mozo), las también escritoras Pamela Hansford Johnson (su primer amor), Emily Holmes Coleman o Edith Sitwell y los romances algo más efímeros con Wyn Henderson o Elizabeth Reitell y platonismos como los de Ruth Wynn Owen o Margaret Taylor. Un gentleman sin lista negra ni emoticonos con una obra literaria que cotiza en el mercado negro algunos de sus mejores impulsos y cortejos románticos.

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